EL ARQUITECTO DE MACONDO
Pone
en funcionamiento
los
motores de la imaginación,
modela
los ladrillos
con
los que alzará su morada
y
observa el terreno,
aún
intacto,
donde
ha de erigirse su vivienda
y
la de sus sueños.
Construye
las paredes
y
las recubre de utopía,
de
realismo mágico
y
de compromiso con su tiempo,
como
si hubiese estado esperando
durante
cien años de soledad
para
poder hacer lo que desea.
Escucha
el canto de un jilguero
desde
el balcón de la buhardilla.
Lo
conoce. Posee su linaje.
Y
parece decirle
que
los pobres como él
no
tienen derecho a una casa
donde
intentar ser creativos.
No
quiere escuchar al jilguero
y
recuerda que otros
lo
han tenido más difícil
pero
al final han conseguido
levantar
su morada
en
el paisaje de sus sueños.
Confía
en que se cumpla
el
milagro de la materia
y
crezcan los metales necesarios
en
su bolsa de caudales
para
poder pagar lo que merece.
Se
arma de valor
y
mira en su cartera
para
ver lo que hay dentro.
Tiembla
de frío
ante
la desnudez de su esperanza.
La
imagen puede ser muy engañosa,
asemejarse,
en lo más realista,
a
la de un castillo en el aire
si
no confluyen todos los misterios
con
la perseverancia,
y
le ayudan los astros.
Todo
lo que desea está en el aire
porque,
a su vez, depende
de
un hilo imperceptible,
de
que cambie su suerte,
su
esfuerzo tenga recompensa
y
el azar sea un instrumento
para
realizar el sueño
de
poder construir su vivienda.
Lo
intentará con toda su energía
y
con la dignidad
que
todos los años de sacrificio
han
certificado en el alma
de
quien hace de la conciencia
la
arquitectura de Macondo.
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