RECORDANDO A MANDELA
El
viento aúlla como un perro loco
en
el puerto de Ciudad del Cabo.
Se
cimbrean los teleféricos
que
ascienden a la cima de La Mesa
como
autopistas en el aire.
Y
desde el mirador de la montaña,
las
gaviotas se asoman
al
paisaje marino
de
la isla de Robben.
Un
anciano de piel oscura
se
pregunta en silencio
cuántas
veces pudo observar
el
vuelo de las aves
aquel
preso por la discordia
que
vio pasar los años
en
una celda infame.
Imagina
que sus palabras
continúan
luchando
por
la igualdad del hombre
sin
distinción de razas,
credos
o religiones.
Y
siente que lo hacen
desde
todas las escuelas,
desde
los hogares humildes
y
desde las mentes abiertas
que
mantienen en equilibrio
la
dignidad del mundo.
Sabe
que las luces de la verdad
anidaron
en las paredes
de
la conciencia de los hombres
y
las rejas de aquella celda
se
convirtieron
en
ventanas al mundo
que
dejan pasar la concordia
en
casi todos los lugares
donde
se cuida a la cultura.
El
anciano alza los ojos
para
ver el vuelo de las gaviotas
como
si fuesen los abrazos
que
unen al mundo
de
la diversidad y del respeto.
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