MONTE DEL TEMPLO
Era
una figura sin nombre
que
contemplaba los perfiles
que
había modulado el tiempo
dentro
de un territorio
al
que mostraba su respeto.
Apenas
era un hombre
ubicado
a tres metros de la entrada,
detenido
en el tiempo
como
un punto en la tierra
que
giraba sobre sí mismo
buscando
vida,
un
fiel observador de la cultura,
la
tolerancia, y el respeto,
que
miraba con mucho asombro
la
plaza que rodean
viejos
muros de contención
y
once puertas de entrada.
Tenía
entre sus manos
las
páginas de un libro antiguo.
El
tibio sol de octubre
iluminaba
escenas milenarias
extraídas
del baúl de Babilonia,
de
la tradición narrativa,
de
la memoria de los hombres
y
de la historia de los tiempos.
Sobrecogido
por
el significado del lugar
que
tenía ante sí,
protegió
su mirada
con
los blancos destellos
de
un jazmín oculto en su alma.
Y
lo hizo para no condicionarse
por
las eternas luchas
entre
el bien, que nos hace humanos,
y
el mal endémico
que
provocan las viejas pretensiones
de
todos los mortales.
Pero
no pudo contener
el
peso de una lágrima
tras
la lectura de los textos
que
narraban la historia
de
una verdad concreta
y
el recuerdo de las imágenes
que
siguen sucediendo
cerca
de donde estaba.
Aquel
espacio
representaba
con sus formas
los
senderos de muerte
trazados
a lo largo de la historia
en
busca de una vida eterna.
También,
una oportunidad
para
el respeto y la esperanza.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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