HIELO EN REIKIAVIK
Observa
los reflejos
de
la ciudad nocturna
sobre
el mar escarchado
que
acaricia la orilla del silencio
en
el puerto de Reikiavik.
Las
montañas cercanas
parecen
acercarse
hacia
la costa
como
olas gigantescas
de
crestas blancas
que
llevan entre sus entrañas
esqueletos
de barcos
y
sangre de grandes cetáceos.
En
su mirada
hay
un reflejo tenaz de la belleza,
la
mezcla del placer por la aventura
y
el vértigo viajero
que
sienten los que acuden
a
la llamada del mar de la vida
y
al frío de sus aguas
buscando
el canto triste de las sirenas.
En
su recuerdo está la imagen
de
una planta minúscula
de
pétalos rojizos
con
la que cura sus heridas.
Es
una imagen femenina
que
aspira a vislumbrar
la
luz del cielo
por
encima de las tormentas
en
las noches de singladura.
Es
la única imagen
que
le conecta
con
sus propios anhelos,
el
elixir de sus culpas,
lo
que le da las fuerzas necesarias
para
enfrentarse
con
las crueles incógnitas
que
le marca el destino
y
con la amenaza latente
del
signo de los navegantes.
Pronto
comenzará
la
nueva temporada
de
las ballenas
y
ha de seguir sobreviviendo
como
un obrero de las aguas
que
busca en sus profundidades
los
aceites y los lamentos
de
las grandes damas de los océanos.
No
existe otra salida,
de
nada le sirve el silencio,
ni
los recuerdo dulces
de
la flor de pétalos rojos
que
acaricia su cuerpo
cuando
vuelve a su casa.
Deberá
continuar agazapado
debajo
de un cuero grisáceo
mientras
prepara los arpones
como
un lobo marino
entre
las sombras del paisaje,
para
luego ir por su presa
con
el hielo de la mañana.
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