EL FOTÓGRAFO DE HITCHCOCK
Encuadró
aquella imagen
mientras
varios albatros lo observaban
y
un cuervo como noche oscura
picoteaba
sobre los tejados.
Los
pájaros estaban en la escena
como
atraídos por el tiempo
que
fluye por las venas de los hombres
cuando
presienten el peligro.
Ocupaban
todos los planos
del
enfoque del cámara,
estaban
colgados del mismo aire
por
la luz de la tarde,
en
un cable de fluido eléctrico,
en
las cornisas de las casas,
en
los ojos del miedo.
Aguardaban
sin prisa
el
momento preciso
para
atacar a los humanos
y
expulsar del paisaje
a
aquellos seres desafiantes
que
invadieron su mundo
con
la basura de los siglos.
Un
cuervo graznó con alevosía
y
los demás alzaron el vuelo
convirtiendo
el aire en un flujo
de
alas negras y picos como dagas.
El
horror atrapó las mentes
de
quienes intuyeron en las aves
sus
mismas ambiciones
y
su instinto depredador.
El
fotógrafo recordó
que
la realidad tan solo existe
en
nuestra mente.
Hitchcock
ratificaba aquella idea
a
través de la lente de su cámara
con
la ficción de un mundo
que
se parece a lo que nos inquieta.
Así
imaginaba lo que verían
otras
mentes en la sala de un cine
mientras
cruzaban los límites
de
la realidad y de la ficción.
E
intuía las múltiples versiones
que
de los mismos hechos
sacarían
en las sombras
aquellos
que viviesen el peligro
de
unas aves enloquecidas.
En
una ficción premeditada
siempre
se pueden ver
diferentes
realidades
de
una imagen con pájaros
aparentemente
indefensos.
Y
en alguna de las imágenes
de
una ficción que parezca real,
estará
la verdad.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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