EN LA BAHÍA DE DELAWARE
Un
faro que parece flotar sobre las aguas
rompe
la línea del horizonte.
Sobre
la arena de la playa,
millares
de cangrejos Herradura
horadan
los montículos de grava
haciendo
su camino.
Los
rayos de un amanecer dorado
se
tumban sobre los maderos
de
un vetusto muelle de pesca
y
la marea lame los pilares
con
su lengua azulada.
Cerca
del muelle,
una
figura muy delgada
observa
el reflejo del sol
sobre
las olas
e
imagina las formas de su vida
en
las formas del agua
y
su constante movimiento.
Asume
lo imprevisto
como
un mal digerible por su mente.
Ha
acostumbrado bien al corazón
para
que no se rompa
con
los dogmas impuestos
por
el dolor y sus secuelas.
Reviste
su nostalgia
con
un traje inservible
para
habitar espacios solitarios
entre
las cañas del pantano
y
las rocas de la costera.
No
le importa quien llame tras la puerta
de
su cabaña
de
viejo pescador
mientras
él enjuga sus lágrimas
con
un clínex de soledad.
Se
siente un hombre del viejo milenio,
aunque
el rumor de su conciencia
le
anuncia que está equivocado,
que
la imagen que ve
en
el espejo de las olas,
es
la de un pescador de luces
que
se asoma con vértigo
al
desconcierto
de
la aldea global.
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