EL POZO DE LA ALHAMBRA
Tiene
una rosa blanca entre sus manos.
Es
la imagen de sus deseos
convertida
en los pétalos
que
simbolizan la pureza.
Está
en uno de los extremos
de
la Plaza de los Aljibes,
junto
al brocal de un pozo
que
mira al cielo desde la tierra
que
remansa sus dudas.
Observa
las aguas que esperan
su
decisión definitiva.
Son
aguas transparentes
como
láminas de aire,
frescas
como la nieve de la sierra,
serenas
como el tiempo
en
su lento camino hacia el ocaso.
Ve
dentro de ellas
dos
lealtades que se buscan
para
dar sentido a su existencia.
Pero
no reconoce sus facciones,
ni
sabe si son fieles
a
la realidad y a sus demandas
o
son, tan solo, un espejismo
entre
los jardines de La Alhambra.
Recuerda
las leyendas
que
guardan las murallas
del
sueño nazarí,
e
imagina que se convierta
en
una de ellas
cuando
su cuerpo se reúna
con
el agua serena de este pozo.
Se
inclina en el brocal
buscando
una respuesta
al
enigma de sus deseos
y
a la desazón que atenaza
el
laberinto de su vida.
El
embrujo del pozo
hace
que su mano se abra
como
una flor desnuda.
Y
la rosa viaja hasta el fondo
para
convertirse en reflejo
de
una imagen que reconoce
cerca
del corazón del agua.
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