ATARDECER EN CABO CAÑAVERAL
Los
misterios del cosmos
grababan
en su piel
la
orilla de la tarde
dando
a sus ojos
esos
matices del crepúsculo
que
buscan lo inefable
al
otro lado de la luz.
Elevó
su mirada hacia los cielos
y
encontró entre las nubes
instantes
de silencio
para
poder dar forma
a
un idioma que no usa las palabras
para
poder hablar consigo mismo.
Cerró
los ojos
y
dejó volar su imaginación
para
que se adentrara
más
allá de las nubes,
para
que intentase viajar
hacia
los arrabales
de
la última galaxia
que
se había encontrado
en
la faz de la bóveda celeste.
Creyó
ver la extraña luz de la nada
y
la sombra perpetua de la muerte
reinando
en el espacio.
Y
sospechó que aquel silencio
que
le alejaba
del
lugar donde había dedicado
gran
parte de su vida
a
mirar hacia las estrellas,
era
un reclamo para su alma.
Sintió
muy adentro
la
llamada silente del cosmos
para
que preparase su partida
hacia
el lugar indescriptible
al
que siempre nos lleva
la
crónica no escrita de los hombres.
No
muy lejos de donde estaba,
un
grupo de jóvenes ingenieros
dirigía
los mecanismos
del
lanzamiento de una nave
para
continuar explorando
los
misterios del universo.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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