UNA
NOCHE EN LA MONTAÑA
Cerca
de las ventanas de la suite de un hotel
perdido
entre las sombras de la sierra,
mayo
respira por las hojas de los árboles
con
su verbena clorofílica.
Una
brisa nerviosa da a los brotes de la hierba
el
brío que les falta para ser tallos de lentisco
y
ofrece a nuestros cuerpos
el
fresco de la madrugada.
Tras
recuperar el aire, volvemos a buscarnos
y
recorremos todas las esquinas
del
cosmos de la alcoba
juntando
nuestras pieles
con
nuevos movimientos de amor y frenesí.
Desde
las ramas de los árboles,
los
pájaros contemplan en silencio
la
escena colosal que les brindamos,
se
sacuden las plumas
y deciden que
estamos completamente locos.
Aún
no imaginan cómo, de esa loca ternura,
que
moja las reservas del cansancio,
beberán
ellos cuando llegue el alba.
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