LA BRUJA. FENÓMENOS PARANORMALES EN LORCA
Muchos dudan de la
existencia de las brujas y, los habitantes de Lorca, no son una excepción. Son
pocos los casos que han trascendido y han quedado registrados en los anales de
la historia. Pero hay uno, del que hablaré más adelante, que está
suficientemente documentado y que hoy, casi nadie conoce.
Se asocia el término
“bruja” a la mujer que es capaz de poner en acción un poder incomprensible para
el resto de los mortales. A lo largo de los siglos, las “mujeres de poder”, han
sido perseguidas y estigmatizadas por aquellos que querían imponer su “santa
voluntad” al resto. La memoria colectiva siempre une a la brujería la maldad.
Pero, desde la antigüedad, ritos ancestrales asociados a la naturaleza y a las
fuerzas ocultas, han convivido con nosotros, para bien o para mal.
En 1700, una lorquina,
cuyo nombre y apellidos figura en los registros de la Santa Inquisición de
Almería, y que por prudencia, no desvelaré, fue llamada a la ciudad de Vélez
Rubio para curar a una vecina, cuyo nombre era Juana, aquejada de males a los
que no encontraban explicación. La mujer lorquina, que según dice el proceso,
se ganaba la vida vendiendo verduras (sin especificar de qué tipo), comenzó su
cura apretando con sus manos la cabeza de Juana y tirándole de los pelos
mientras repetía estas palabras. Cito textualmente según consta en los
archivos: “Jesús encontró a sus discípulos y les dijo que a dónde iban y le
respondieron: —a buscar teja y reolleja, cascos de calabaza para la cabeza de
Juana— así sea. Como la barba de nuestro Señor fue tirada y arrojada de los
judíos, así sea tirado y arrojado el mal de la cabeza de Juana. Muera, rayos y
centellas por todas lanzadas y todo dolor y mal fuera de Juana, y viva Cristo,
que así lo manda nuestro Señor Jesucristo”.
La lorquina siguió
tirando con fuerza de los cabellos de Juana, que se retorcía sobre sí misma y
gritaba. Poco después, los asistentes pudieron comprobar cómo se movían las
paredes de la casa y, puertas y ventanas se agitaban mientras un gran estruendo
los ensordecía. La paciente quedó adormilada y cuando recobró el sentido, ya no
sentía dolor. Pero las gentes, asustadas, denunciaron los hechos a la Santa
Inquisición. La lorquina fue apresada y sometida a un proceso, tras el cual fue
sentenciada a cuatrocientos azotes en plaza pública.
Nada se sabe del
posterior destino de la lorquina. Es de suponer que regresara a Lorca y que malviviera
cerca de las faldas del castillo. Tampoco se sabe nada de sus descendientes. Es
conocido que los poderes se transmiten de generación en generación. Por eso,
¿quién puede negar absolutamente que entre nosotros no viva una de sus
descendientes? Observad cuidadosamente a vuestro alrededor y quizá la
encontréis. Rezad para no despertar su ira. Que como dicen algunos: “haberlas,
haylas”.
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Mariano Valverde Ruiz ©
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