EL
SIERVO DE CIRO
Hirbod
quiso ser dios de los profetas
aunque
su voluntad no le pertenecía.
Pactó
con el azar
y
se erigió en un visionario
de
las hazañas de su rey.
Acumuló
riquezas y, ahíto de poder,
se
alzó sobre el altar de la justicia
para
poder dictarla a su convenio.
Pero
pronto, el azar lo traicionó
y
la suerte le fue muy esquiva.
Le
juzgaron los gestos de los hombres
que
envidiaban su puesto
y
las sombras del cosmos
que
fueron ofendidas por su norma.
Una
túnica holgada
recubrió
las miserias de su carne
camino
del destierro hacia el olvido,
donde
profetizó su muerte
por
voluntad de Ciro,
el
gran rey de los persas.
En
un lugar sin nombre,
yacen,
como cenizas incorruptas,
los
restos del profeta visionario
que
quiso ser más dios que su propio amo.
Otros
tomaron el testigo
del
mensaje que vuelve,
al
cabo de los siglos,
a
explorar las fronteras de este mundo
para
quedarse con nosotros.
Siempre
hay quien no acepta su designio
y
quiere ser un dios para cambiarlo.
(Otra realidad)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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