EL
VERANO
El
verano era mi tiempo preferido.
Al
despertar el día,
me
peinaba la bruma del cabello,
vestía
la inocencia de esperanzas,
recorría
veredas en mitad de los campos
mirando
al cielo y a su alma,
y
retaba a la vida,
siempre
con la ilusión destellando en los párpados.
El
sol de aquella infancia
era
un fanal de luz
que
alumbraba la sed de los bancales
y
la necesidad que habitaba mi casa.
Me
fascinaban los pájaros
porque
podían ser dueños del aire.
Los
observaba con detenimiento
cuando
estaban muy cerca de mi vista.
Los
gorriones buscaban hierba fresca,
migas
de pan y restos de manzanas,
alzaban
sus inquietos picos
como
halcones del tiempo.
Parecían
cantar
los
versos de Miguel Hernández:
«ayudadme
a recoger
pedazos
de la inocencia».
Yo
me parecía a ellos porque mi ingenuidad
se
estaba haciendo añicos
dentro
de las paredes de mi casa.
Muy
pronto comenzó
a
ponerse el sol de mi infancia.
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