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Un día de septiembre,
áspero y seco, le llegó la noticia más inesperada. Le habían elegido para
arbitrar en el mundial 2002. Después de reaccionar con sorpresa y cierta
inquietud por la responsabilidad de representar a su país en una cita en la que
habría cientos de millones de personas pendientes de sus gestos, pensó que
aquello debía de ser obra de Dios. Y creyó que era su gran oportunidad para
demostrar el excelente árbitro que llevaba dentro: inflexible, justo y
caritativo. Correcto en sus posiciones en el campo, con una visión del juego
siempre próxima al balón, incapaz de equivocarse y mucho menos de hacerle la
puñeta a los organizadores, que a fin de cuentas, son los que pagan.
El mundial era en Japón
y Corea. No sabía muy bien dónde estaban esos países. Nunca había viajado fuera
de Egipto. De Japón conocía algunos tópicos. De Corea apenas nada. Que había
dos Coreas, una del norte, y otra del sur, fue una sorpresa. Pidió información
sobre el país en el que tendría que pitar algunos partidos y le dijeron que era
un país en el que se lo comían todo. Pero todo es todo. Le ratificaron. El
estofado de perro es su plato más típico, le aseguraron con una mueca de asco y
repugnancia. Entonces pensó que debería andarse con cuidado no fuera a acabar
en alguna mesa de aquellos ordenados, laboriosos y tragaldabas del sureste
asiático. Por un momento se vio cocinado y presentado en una enorme bandeja
como estofado de Gamal.
A lo largo de los meses
que transcurrieron desde su nombramiento hasta la cita mundialista se fue
obsesionando con realizar la labor perfecta y más adecuada a sus
convencimientos como árbitro. Imaginó en numerosas ocasiones cuál o cuáles
serían los partidos que le encomendarían. Imaginó algunas de las posibles
jugadas que tendría que juzgar. Imaginó cómo le recibirían los aficionados y
cómo saldría de los estadios. Lo que nunca se imaginó es que debería pitar al
país anfitrión en un partido decisivo para el pase a semifinales del mundial.
El día de su partida
para Corea, colocó en su equipaje dos buenas raciones de dátiles y otras tantas
de carne seca de camello. Decían los sabios que la carne seca de camello,
consumida en su justa medida, predispone para la acción y facilita los
mecanismos de respuesta inmediata. También decían los entendidos en la materia,
que las grandes ingestas de carne disecada de camello puede producir una
sensación irreal de las cosas y una percepción poco consecuente con la
verdadera naturaleza de las cosas.
Además echó en su
maleta algunos escritos milenarios para releer en capilla, antes de los
partidos. Tenía que asegurarse de hacerlo a la perfección y de qué mejor manera
que siguiendo los consejos de la tradición antiquísima de su civilización.
Antes de partir se
encomendó a todos los dioses antiguos, les hizo ofrendas y rezó plegarias.
Después hizo lo mismo con los dioses modernos. Incluyó en los rezos a su Dios
actual. No excluyó a ninguno. —Hay que ser previsor —pensó—, uno no sabe con
certeza dónde está la verdad. Así que, lo mejor es tener a tu lado todos los
valedores posibles.
Ya en pleno proceso de
competición, le encargaron pitar el partido de cuartos de final: España – Corea
del Sur. En su momento no supo la trascendencia que ese partido iba a tener en
su vida. Hace dos días se dispuso a arbitrarlo en compañía de dos líneas que le
asignaron: Ali Tomusange y Michael Ragoonath. Algunos periódicos deportivos han
dicho de estos últimos verdaderas barbaridades. Que si se les había puesto de
urgencia un muelle bajo el brazo, un artilugio de última generación y
tecnología coreana que les permitía levantar el brazo con el banderín cada vez
que detectaban un jugador español cerca del área. Que si necesitaban una
graduación para la vista. Etc… Gamal no había salido mejor parado en toda la
prensa europea.
Sin embargo, en el país
asiático todo el mundo le había tratado muy bien. Después del partido, los
aficionados coreanos le han elevado a los altares de sus dioses. Disfrutó de
una marea amarilla de agasajos. Él, asombrado, no daba crédito a lo que
sucedía. Dijo que solamente había hecho lo que mandaba la tradición egipcia:
ser caritativo. Para esta tarde le han anunciado una recepción en el palacio
presidencial. Imagina que le van a dedicar palabras que agranden su orgullo
profesional, su ego, y quizá que le premien con algo más sustancioso que
incremente el grosor del tamaño de su bolsillo.
Algunos mal pensados
han dicho que Gamal se vendió. La realidad no fue ésa. Él no se vendería nunca.
Ni por nada ni por nadie. El dinero no posee el valor de las creencias que
atesora en su mente y que afloran a la hora de dirigir un partido. Respira otra
vez con intensidad y pronuncia en voz alta un deseo.
—Si pudiesen entenderlo
los aficionados españoles que han visto el partido, allá en la vieja España, si
pudiesen entender que ha sido el designio de los dioses, me daría por
satisfecho.
Lo que realmente
ocurrió no se lo imagina nadie. Antes del encuentro, Gamal se comió dos
raciones de carne de camello disecada de las que había llevado consigo hasta
Corea. Lo hizo para aumentar su percepción de las cosas y para obtener una
visión más realista de los hechos que tuviese que juzgar. Durante el partido
sufrió una terrible indigestión que no le dejó ver claro. Aún no entiende qué
es lo que pudo suceder. Quizá la carne experimentó algún tipo de transformación
durante el viaje. O tal vez fue la impresión que le causaron los miles de
aficionados coreanos, gritando como fieras enjauladas y censurando sin cesar
sus primeras decisiones al comienzo del partido. Lo cierto es que algo extraño
sucedió.
Ahora recuerda que
durante algunos minutos decisivos su mente estaba en otro mundo. Por eso no
entendió por qué le chorreaba a Camacho (el míster español) el sudor, la ira y
hasta la camisa. Dicen los periódicos que los españoles marcaron dos goles
legales que él no dejó que subiesen al marcador. Recuerda con claridad que el
tiempo de juego y la prórroga terminaron con empate a cero. Y que por tanto se
fue a los penaltis para decidir cuál era el equipo que debía acceder a
semifinales. La lotería de los lanzamientos de pena máxima decidió que fuese
Corea del Sur. Él no tuvo nada que ver.
Gamal intenta dejar de
pensar en todo lo sucedido. Termina de anotar sus pensamientos en el diario y
se dispone a leer algunos de los escritos que llevaba consigo. No hay nada
mejor que la paz y la serenidad para mirar hacia el interior de las cosas. Lo
necesita en este momento. Abre un libro y lee atentamente. En una de sus
páginas encuentra las palabras adecuadas. Están en jeroglífico y las interpreta
libremente. Anota de nuevo en su cuaderno lo que las páginas le sugieren.
En
ocasiones nos ciega el más allá. El Sumo Hacedor nos coloca una venda sobre los
ojos para probar nuestra naturaleza y descubrir la materia con la que estamos
hechos. Nosotros seguimos caminando torpemente por los senderos de la vida. Lo
hacemos tanteando el terreno a través de lo oscuro. Perseveramos en nuestros
errores para encontrar el destino acertado. Intentamos encontrar dónde está la
luz que deja ver toda la verdad de las cosas. Sabemos que detrás de esa luz
está la eternidad. Pero nunca sabremos si estamos en lo cierto. Las cosas no
son como parecen y a veces, en la mayor de las cegueras, está el camino hacia
la verdad. Sólo hay que buscarlo.
Cuando Gamal dejó
escritas esas palabras con letra cursiva sobre la superficie inmaculada del
papel, se sintió reconfortado. El miedo a las ofensas y la incertidumbre por su
futuro, desaparecieron por completo de su cara y también de su interior.
Se levantó de la silla
y dejó su diario en el escritorio. Luego se dispuso a prepararse para la
recepción oficial a la que le habían invitado. En ese momento sonó el timbre de
la puerta de la suite.
Gamal abrió y encontró
delante de él a un empleado del hotel que le extendió un telegrama. Detrás del
empleado, apoyados en el dintel de la puerta, dos hombres fornidos le miraban
con firmeza a los ojos. Tenían un aspecto siniestro.
Desdobló el papel y
leyó el texto:
Lamentamos
cancelar recepción stop preséntese en embajada de inmediato stop equipaje y
pasaporte stop destino indeterminado stop sin comentarios stop.
CONTINUARÁ...
NOVELA CORTA
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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