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El viaje ha resultado
completamente agotador para Gamal. Primero fueron sucediéndose varios vuelos
con escalas en distintos aeropuertos y sus correspondientes transbordos para
seguir el rumbo marcado hasta la ciudad de El Cairo. Luego fue aumentando el
efecto de la tensión acumulada durante los últimos días a causa de la
incertidumbre. Más tarde pusieron la guinda sobre su estado nervioso todos los
requerimientos y las enérgicas imposiciones de sus acompañantes.
Después de aterrizar,
los dos hombres que le escoltaban le han conducido con urgencia por las instalaciones
del aeropuerto: zona tres de vuelos internacionales, área de recogida de
maletas y por último la aduana. Tramitados los documentos de entrada al país,
los sabuesos le han llevado en volandas hasta la puerta de salida del terminal
de carga, donde les esperaba una furgoneta con los cristales tintados. Y le han
metido dentro de un empujón, sin más contemplaciones.
Todo el tiempo del
traslado ha ido preguntándose hacia dónde le llevaban y quiénes eran aquellos
hombres de aspecto tan desalentador, aquellos perros de presa, de los cuales no
recibía más que indicaciones secas y, por más que insistía, nunca obtenía
ninguna respuesta a sus preguntas.
Ahora ya lo sabía. Iba
a ser sometido a un juicio especial bajo el más absoluto secretismo.
Gamal está en una
habitación cerrada situada en algún lugar clandestino de la capital egipcia.
Éstas son instalaciones gubernamentales vinculadas a los servicios especiales.
Ha sido atado con cáñamo trenzado a una silla ubicada en el centro de la
habitación. El habitáculo es un rectángulo totalmente vacío, de paredes grises
hechas con aglomerado y yermas de decoración. Frente a él tiene una gran
pantalla de televisión. A su espalda hay un cristal blindado que no deja pasar
la imagen. Sobre el dintel del marco que encuadra el cristal de seguridad hay
un pequeño altavoz. Una luz blanca y persistente cuelga sobre su cabeza, y
junto al cable de la lámpara, se desliza hacia el suelo, como minúscula áspid,
la cabeza de un micrófono unido a un extremo de plástico negro. El resto de la
habitación está totalmente vacía.
Su cuerpo suda
profusamente como consecuencia del calor y de la tensión nerviosa que sufre, y
que está a punto de colapsarle, y de dejarle tan tieso como a una sardina
envasada al vacío. El cordaje de las ataduras le oprime el pecho mucho más que
su congoja. Le han inyectado un fármaco para mantenerle despierto durante el
periodo en que dure su internamiento.
Sus ojos, vidriosos y
amoratados, perciben las imágenes reiteradas que emite el televisor que tiene a
dos metros de su cara. Lleva casi veinte horas viendo el último partido que
arbitró en el mundial 2002. Se sabe de memoria cada una de las jugadas y de los
movimientos de todos los jugadores, tanto con balón como sin balón.
No puede más. Ha
suplicado en varias ocasiones que le suelten, que él no ha realizado nada de lo
que tenga que arrepentirse. Sólo ha obtenido el silencio por respuesta tras el
eco de sus palabras. Su voz parece no existir ante la oscilación machacona del
sonido ambiente del partido.
Aunque su mente se ha
distraído con la preocupación creciente sobre qué le va a suceder, o con la
asfixia agobiante y el bochorno que riega su cuerpo de un líquido pegajoso,
también ha tenido tiempo de reconocer cada uno de los errores que cometió en
aquel encuentro de cuartos de final. Se ha lamentado para sí, pero sabe que es
incapaz de remediar nada de lo sucedido.
Después de tantas
horas, se escucha un chasquido metálico y por el altavoz suena una voz grave y
autoritaria.
—Gamal… ¿Te das cuenta
de que has desacreditado la imagen del pueblo egipcio? ¿Te das cuenta de que te
has cagado en el honor de todos tus hermanos?
—Lo siento… Lo siento
profundamente… Yo no quería…
—Eres un irresponsable.
—Yo no quise que
sucediese nada que manchara el honor del pueblo egipcio, fue el cielo quien lo
quiso.
—No busques escusas. Tú
y sólo tú has permitido que en medio mundo sólo se hable de tu mala actuación.
Y claro, la gente no dice el árbitro,
dice el árbitro egipcio y eso implica
que tu mierda nos salpica a los demás… ¿Comprendes?
—Sí.
—Has dañado muchísimo
la imagen, ganada con milenios de sangre y esfuerzo, de nuestro gran país. Has
hecho enfurecer a nuestros antepasados. Las tumbas del Valle de los Reyes se
están moviendo ahora mismo con la energía que la ira provoca en sus moradores.
Desde algún lejano lugar de las estrellas nos llegan claros mensajes de
reprobación. Nuestro pueblo no puede admitir tu actuación ante los ojos de todo
el mundo.
—Ya he dicho que lo
siento mucho. Pité lo que mis ojos vieron. Pero algo hizo que mi percepción no
fuese le correcta. Y fue algo que se me escapa, que mi capacidad de entender no
puede descifrar.
—El único responsable
eres tú.
—No. No soy totalmente
responsable. Aunque tenga una parte de culpabilidad. Lo arreglaría, pero no sé qué puedo hacer para recompensar a
los que se sientan dañados.
—El gobierno teme que
el número de turistas descienda dramáticamente y los recursos del estado se
vean muy mermados. Tememos que desde otras latitudes ya no se vea a nuestra
civilización como uno de los pilares del saber y la justicia. Es posible que
hasta se cuestione el origen humano de las pirámides. Habrá quien asegure que
con lo que llevas en tu genética no se pudo construir nada trascendental.
—Estoy muy fatigado y
abrumado por todo esto. De verdad que…
—No nos explicamos cómo
te atreviste a poner en duda la justicia suprema que siempre ha caracterizado
al hacer de los hombres nacidos entre las dunas del desierto y las riberas del
Nilo.
—No sé qué decir…
—Desde los templos de
Tebas hasta la capital y desde el mar Rojo hasta el desierto libio, corren toda
clase de comentarios. Se multiplican los alegatos reprobatorios y las
peticiones para que se te imponga un castigo ejemplar.
—Perdón. Pido perdón
con todo mi ser.
—Así que cuando termine
este juicio sumarísimo serás sentenciado según el saber de nuestra
civilización.
—Vuelvo a rogar perdón.
Y lo hago antes de conocer qué se dictaminará sobre mi proceder.
—Tus actos han sido
objeto de juicio por todo el mundo. También por nuestros jueces. Un tribunal te
escucha detrás de estos cristales que tienes a tu espalda. Ese tribunal hablará
cuando tenga una sentencia. El veredicto ya está acordado. Eres culpable.
—Perdón. Ruego al
tribunal el perdón que todo hijo de las dunas tiene derecho a percibir una sola
vez en su vida. Y lo solicito ahora. Aunque admitiré y acataré el castigo que
se me imponga. Pero solicito la benevolencia de quienes me escuchen y se
apiaden de la flaqueza de mi condición humana.
—El tribunal hablará
por mi boca cuando tenga una sentencia. ¿Tienes algo que alegar en tu favor?
—Yo —dudó Gamal
intentando encontrar las mejores palabras—, yo… estoy en manos de los dioses.
Su suprema voluntad guiará mi destino. Aceptaré mi castigo.
—Pues bien —dijo la voz
en un tono aún más solemne al iniciar la argumentación de la sentencia—, no se
trata sólo de que cumplas el castigo que se te imponga, que por seguro debes
tener, se trata, sobre todo, de que dentro de ti realices un viaje para expiar
tus culpas, un viaje interior que haga aflorar la luz de la sabiduría con que
nos agasajaron los dioses desde nuestros antepasados hasta nuestros días.
—Haré lo que se me
diga. Seré digno de nuestros ancestros.
—Si es así, si estás
humildemente dispuesto a transformar la naturaleza de tu espíritu, te
concederemos la oportunidad de hacerlo.
Gamal guardó silencio e
inclinó la cabeza en señal de sumisión. La palabra oportunidad le había creado
expectativas favorables pero aún mantenía una inquietud nerviosa por conocer su
futuro inmediato. Estaba expectante ante las siguientes palabras de la voz y se
mantenía tenso a pesar del cansancio. Tenía miedo por la posible dimensión del
castigo, aunque un sentimiento de gratitud se iba abriendo paso, cada vez con
más fuerza, desde las más ocultas cavidades de su corazón hasta los alvéolos
que empujan el aire con que se afina la voz, para poder decir:
—Gracias.
—Pero te adelantamos
que será muy duro. Tendrás que poner a prueba tu capacidad de supervivencia, y
también de regeneración de los verdaderos valores de nuestra cultura. Te
someterás al juicio de los elementos. Tierra, fuego, aire y agua, decidirán tu
futuro.
—Estoy dispuesto. Llevo
muchas horas en ayuno. Este estado hace que aflore a la superficie de mi mente
la esencia de mi espíritu. Me someteré al designio de los elementos.
—Así será pues. Cada
uno de los elementos te pondrá a prueba de forma imperceptible para ti. Deberás
superar sus pruebas para poder sobrevivir. Tu vida está en juego. No habrá otra
salida. O logras ganar la batalla contra la injusticia o ingresarás en el reino
de los muertos. Si lo haces, no tendrás opción para obtener la inmortalidad, ni
la vida extraterrena.
—Así lo haré.
—Para terminar, tan sólo
una advertencia. No camines nunca hacia donde el sol se oculta, hacia donde
espera la barca de Ra para cruzar la gran balsa de la sombra.
Después de estas
palabras se hizo el silencio en la habitación. La pantalla del televisor dejó
de emitir las imágenes repetidas del partido España - Corea del Sur. El
rectángulo del aparato quedó inundado por una duna de puntos blancos y grises
que dejaban su superficie salpicada de manchas, era un territorio indefinido,
abisal, en el que la profundidad de la mirada de Gamal se perdía por completo
en un horizonte sin fronteras.
CONTINUARÁ...
NOVELA CORTA
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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