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Gamal levanta la
cabeza. Respira profundamente. Se siente cómodo en esta suite de no sabe
cuántos miles de dólares por noche. Ha llegado a lo máximo en su carrera.
Después de este partido no podrá igualar su reputación con otro similar. Por
eso hace memoria y recuerda cómo fueron sus comienzos.
El árbitro aprendió el
reglamento del fútbol en un curso acelerado impartido por correspondencia. Le
resultó sumamente complicado aprender toda la teoría. No le entraba en la
mente. Repasaba una y otra vez los textos y no lograba entender la definición
que venía en la primera página del primer tema.
El concepto de fútbol
decía algo así como: “juego entre dos equipos de once jugadores cada uno”. La
palabra juego le rompía los esquemas.
¿Qué podría significar? Dudaba entre si el juego posee materia tangible o si se
trata de una manifestación del espíritu. Según las creencias de sus
antepasados, en un universo formado por materia y espíritu no hay lugar para el
juego, todo está predeterminado, incluso el camino hacia el más allá. El espíritu es el alma del mundo y es
inherente a toda creación. Si se crea una jugada nueva, se le dota de un
espíritu que lleva toda el alma del mundo. Y eso no puede ser. Entonces el
juego del fútbol se encarnaría en cada ser para darle un alma individual, casi
divina.
Por otro lado —anotaba
Gamal en su diario— los jugadores han de tener un alma, y esa alma debe ser
tratada como tal, teniendo en cuenta todas sus particularidades y singulares
manifestaciones. Incluso el público aficionado ha de tener su alma individual y
su alma colectiva, ésta última ha de ser un alma que recoja las sensaciones
generales de la masa y la moralidad de las virtudes, o flaqueza de las
mezquindades. Pero el juego es sí ha de estar carente de la más sublime
característica de los hombres, debe ser sólo un compendio de normas que se
cumplan escrupulosamente.
Después, el texto
definitorio seguía diciendo: “cuya finalidad es hacer entrar un balón en una
portería que defiende cada uno de los bandos, impulsándolo conforme a
determinada reglas”. Esto último fue lo terriblemente complejo para Gamal. En
aquel momento comenzaron a inquietarle las dudas que en algunos instantes le
asaltaban como beduinos desarrapados y le robaban el sueño. Cómo comprender
bien lo que expresa cada regla. Cómo interpretarlas en milésimas de segundo
mientras sucede la acción. Cómo acertar siempre con la decisión correcta. Todas
esas preguntas no tenían una respuesta clara.
Al principio de sus
estudios le atosigaron tanto las dudas, que estuvo a punto de caer en una
depresión y de abandonar para siempre la idea de ser árbitro. Todo cambió el
día en que fue iluminado por un rayo divino mientras dormitaba debajo de una
palmera. Aquel día de verano el sol se desmayaba sobre las arenas como un manto
de fuego. Gamal notó que su cuerpo era traspasado por un rayo de luz venido del
más allá, desde la confluencia de las estrellas de la constelación de Orión,
donde algunos soñadores localizan el origen de la enigmática civilización
egipcia. Y percibió que en su mente se habilitaban todos los mecanismos
necesarios para comprender la naturaleza de su función más deseada. Su razón
estaba preparada para hacer perfectamente viables sus intenciones de
convertirse en un árbitro singular.
Ahora Gamal recuerda
aquel momento con nostalgia. Anota en su diario lo que pensó después de apoyar
su espalda en el tronco de la palmera y ser consciente de lo que le había
sucedido. Recordó que, desde los remotos tiempos de la antigüedad, en los
legados trasmitidos, de generación en generación, por sus antepasados, había
llegado hasta sus días la grandiosa idea de la caridad. La moral egipcia
consagra ese valor con mayúsculas. Y subrayó esa palabra en su mente: caridad.
La consideró la idea más importante encontrada en los textos antiguos. —Así que
—se dijo mientras masticaba un dátil maduro— debo ejercer la caridad con los
equipos desfavorecidos y con los limitados. Tampoco debo menospreciar a los
equipos que ejerzan su caridad conmigo.
Transcurrieron los
meses y a medida que fue estudiando los cuadernos que le enviaban desde la
FIFA, pudo conocer algo sobre la historia del fútbol. Tuvo constancia de que
los juegos de pelota eran populares en China y otros países asiáticos ya en los
siglos III y IV de la era cristiana. Supo que los soldados romanos practicaron
una modalidad de fútbol llamada harpastum
y que hay evidencias de juegos parecidos en la antigüedad de naciones como
Grecia, México y Japón. También conoció que se considera el gioco del calcio practicado durante el renacimiento italiano
como antecedente del fútbol actual. Aunque hay que considerar los orígenes del
juego, tal y como lo conocemos hoy, en colegios ingleses durante el siglo XVII.
Y fue el 26 de octubre de 1863 cuando en Londres nació el primer organismo que
encauza este deporte: Foot-ball Association, le llamaron.
Esta última teoría le
pareció más entretenida a Gamal. Le trasmitió los fundamentos y base de las
reglas ordinarias básicas. Posteriormente conoció otras cosas que no lo eran
tanto y que le causaron una sensación inquietante: la filosofía actual del
fútbol, su entorno mediático, el dinero y los intereses que se mueven dentro
del firmamento futbolero. Todo un mundo de presiones y de comercio alejado de
lo que él entendía como deporte.
A lo largo de los meses
se había hecho una idea general de todo lo relacionado con el fútbol. Con todo
ese bagaje cultural dio por terminada su formación académica y lo celebró con
una gran cena de cordero asado tras recibir el diploma que lo acreditaba como
árbitro.
El siguiente paso fue
la práctica de lo aprendido. Esto le resultó más sencillo. Todos los días iba
al arenal de su aldea y observaba el juego de sus paisanos. Lo hacía entre la
nebulosa de polvo que levantaban las tormentas de arena. Un día le pidieron que
arbitrara y se atrevió después de pensárselo un poco. Después se hizo habitual
el hecho de que él fuese el encargado de pitar los partidos. Para facilitar la
tarea se fabricó un silbato con cañas que pulió y agujereó convenientemente. En
ocasiones era muy difícil ver las líneas que marcaban en el terreno mediante un
surco labrado con una vara de olivo. Por eso se acostumbró a señalar fueras de
juego al más leve movimiento de los delanteros.
Su fama como árbitro
fue conociéndose por las aldeas vecinas. A menudo le invitaban a pitar partidos
de competición entre pueblos de distintas provincias y eso hizo que le
acreditaran en la federación. A los pocos años le ascendieron de categoría y
pasó de las divisiones regionales a las nacionales. De ese modo pudo conocer
gran parte del país que hasta entonces ignoraba. Le fue cogiendo gusto a la
labor arbitral. No sólo le suponía una gratificación para su ego personal sino
que también le permitía hacer turismo por la geografía de la nación de los
faraones. Todo marchaba bien y pronto se vio arbitrando los partidos más
importantes de la competición egipcia.
CONTINUARÁ...
NOVELA CORTA
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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