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Gamal se atragantó con
el bocado que masticaba al oír la funesta advertencia de la escriba. Y se
dispuso a escuchar.
—Hace varios siglos,
cerca del lugar donde estamos ahora, había dos aldeas que estaban una a cada
uno de los lados del Nilo. La aldea situada en la margen derecha se llamaba
Nadir y la de la margen izquierda Ibz. Cada una de ellas poseía una gran
colmena de abejas. Las colmenas estaban situadas en las riberas del río, dentro
de las zonas donde crecían numerosas plantas, árboles y hierbas con flores
aromáticas. Había abundantes flores que las abejas libaban para producir el
dulce alimento que conocemos como miel.
»El devenir de las
aldeas era observado desde sus altares estelares por los Dioses Amón y Hathor.
Las divinidades veían con curiosidad cómo los habitantes de esas pequeñas
poblaciones intentaban conseguir la mayor cantidad posible de miel para
asegurar parte del sustento de sus familias. Para ello no renunciaban a nada.
Incluso había grupos de jóvenes que se arriesgaban a cruzar el río en viejos
bajeles para robar algún panel de las colmenas de la aldea vecina. Aquellos
asaltos creaban una enemistad permanente entre los pueblos.
»Los dioses decidieron
elegir cada uno a un pueblo y establecer una competición que resolvería el
problema. Dispusieron las reglas que tendría el juego. Fijaron el tiempo que
duraría la competencia en dos estaciones. Y acordaron que el premio para el
dios ganador sería reinar durante una década en todo Egipto, mientras que el
dios derrotado vería como todos los habitantes de su aldea perecían a causa de
una enorme plaga de hormigas rojas del desierto.
»Amón, divinidad del
aire, dios tebano de piel rojiza y azul que a veces aparecía en forma de animal
con cabeza de carnero llevando un tocado con plumas y un disco solar en la
base, estaba satisfecho con el desafío. Sabía que al poseer una influencia tan
decisiva sobre el aire, haría posible que las abejas de su aldea viajaran con
mayor velocidad, y por el contrario, intentaría oponer un aire adverso al vuelo
de las abejas competidoras. Las mismas ventajas y dificultades serían también
para los habitantes de cada una de las aldeas contrincantes. Durante varias
jornadas, Amón estuvo preparando a los habitantes de Nadir, la aldea de la
margen derecha, para partir con ventaja en el juego.
»Desde el otro trono
estelar, Hathor, divinidad cósmica, diosa del amor y la danza, diosa de las
artes por excelencia, preparaba su estrategia para la aldea de la margen
izquierda. Los habitantes de Ibz notaban la presencia permanente de la diosa,
que aparecía como una vaca con cuernos que sujetan un disco solar. Hathor era
muy respetada por todos. Como diosa madre producía el alimento y daba vida al
árbol celestial.
»Ambos dioses hicieron
una selección entre los habitantes de cada una de sus aldeas. Fueron eligiendo
a los jóvenes más osados y a los ancianos más sabios. Había que hacer
compatibles fuerza y habilidad, también inteligencia y sabiduría en el cuidado
de las abejas.
»Y comenzó el juego.
»Durante las primeras
lunas la competición fue muy pareja. Las cantidades de miel obtenida de cada
colmenar eran similares. Y la calidad del alimento era muy parecida. Apenas
había diferencias en el producto del trabajo aunque sí las había en la forma de
obtenerlo. La actividad era frenética en el entorno de las aldeas.
»Todas las noches se
reunían los viejos de cada aldea para dialogar sobre la forma de aumentar el
rendimiento de las abejas. También discutían sobre la forma de dificultar la
producción de la aldea enemiga. En ambos lados de la contienda se crearon
especialistas en la defensa de las colmenas y comandos encargados de asaltar
las colmenas del adversario.
»Los dioses disfrutaban
con la competición. Discutían con pasión sobre las aptitudes de cada cual o las
miserias humanas que demostraban frecuentemente. Algunos de los seleccionados
de cada bando se creían con más derechos que otros, se sentían señalados por
los dioses y menospreciaban a otros con toda clase de insultos. Los ancianos de cada comunidad tenían que
solucionar todos los problemas que ocasionaban los egoísmos y las envidias que
se suscitaban entre los jóvenes. Los problemas aumentaban cuando había por
medio algunas miradas sugerentes de las mujeres en edad de merecer.
»Los habitantes de
Nadir, que como ya te he dicho, era la aldea de la margen derecha del Nilo, y
estaba apadrinada por Amón, dios del aire, hizo crecer muchas plantas de
romero, irrigó los terrenos de arbolado y esperó pacientemente a la floración
de sus naranjos para que el azahar hiciese aumentar la producción de sus
abejas.
»Los que vivían en la
aldea de la margen izquierda, los jóvenes y viejos de Ibz, cuya protectora era
Hathor, además de cuidar todas las plantas que de forma natural crecían en las
riberas del río, sembraron trigo y cebada para que la mayor producción se
concentrase en el tiempo de floración de los cereales que luego servirían de
alimento para el pueblo y para el ganado.
»Siguieron pasando las
lunas y concluyó el tiempo de la primera estación. Los dioses comprobaron el
estado de sus aldeas y convinieron que estaban en igualdad. Cada uno retiró de
sus equipos a los más cansados y los sustituyó por otros que habían mostrado
ganas de colaborar.
»Pasaron las jornadas
entre esfuerzos y estrategias sin que ninguna de las aldeas lograse destacar en
la cantidad de miel obtenida. El tiempo de la segunda estación iba llegando a
su final. Mientras tanto, a muchísimas jornadas de distancia, allí donde el
Nilo bebe de sus fuentes, habían comenzado las lluvias de temporada antes de lo
previsto por las predicciones obtenidas en los sacrificios realizados por el
faraón. El río bajaba con mayor caudal y comenzaron a inundarse algunas zonas
de las riberas. Aunque la gran crecida no se esperaba aún, todo hacía indicar,
que el proceso por el cual se purificaban las tierras de Egipto, se había
iniciado.
»Las colmenas estaban
en lugares relativamente elevados para el nivel normal del río, a salvo de las
crecidas de los últimos años. No obstante algunos ancianos se preocuparon de
que la impredecible cantidad de aguas del río pudiese afectar a sus colmenas.
La aldea de Nadir confió en la tradición y en que durante los últimos años las
aguas no habían subido hasta sus colmenas. La aldea de la izquierda, Ibz, creyó
conveniente levantar un muro de sacos de tierra alrededor de la zona donde
estaban sus colmenas.
»Cada día se vigilaba
cuánto subía el nivel del agua y se comparaba con las anotaciones obtenidas en
crecidas anteriores. Se hacían cálculos y ofrendas a los dioses para que
permaneciesen a la expectativa por si se tenía que recurrir a su magnanimidad.
»Cuando llegó la gran
crecida era plena noche. Los aldeanos dormían y los dioses estaban distraídos
con otra clase de juegos, algunos de ellos poco moralizantes pero de gran
disfrute. Antes de dejarse llevar por el frenesí, Amón y Hathor habían
convenido que a la mañana siguiente darían por terminado el juego, medirían los
rendimientos de cada colmena y proclamarían vencedor al que más cantidad de
miel tuviese. Procederían tal y como establecieron al principio.
»Y sucedió lo
imprevisto. Lo que nadie esperaba, ni tan siquiera había soñado que pudiese
ocurrir.
»Un enorme cocodrilo,
que había seguido la inercia de las aguas, olió los animales de la aldea de Ibz
y se dirigió hacia donde el olfato le indicaba. Excitado por la cercanía de sus
presas y por la voracidad del hambre que habían provocado varios días sin
comer, se movió con energía entre las aguas revueltas y los cañaverales hasta
llegar al muro de sacos terreros. La misma energía que ansiaba sentir la sangre
dentro de sus enormes fauces fue la que, de varios golpes, ocasionó el derribo
de los sacos, dejando una brecha abierta por la que pronto comenzó a penetrar
el agua.
»La gran crecida llegó
en las horas siguientes. Fue la mayor que había habido en la última década. La
desproporcionada cantidad de agua que el Nilo trajo, anegó por completo las
colmenas de Ibz, ahogando a las abejas, y arrastrando los productos de su
trabajo hasta un lodazal cercano, donde se hundieron para siempre. Sin embargo
las colmenas de Nadir apenas se vieron afectadas.
»Cuando se levantó el
sol los aldeanos desperezaron y comprobaron la dimensión de la crecida. Los
dioses también vieron lo que había sucedido. Amón se proclamó vencedor. Y
reclamó a Hathor el precio de su derrota. Por tanto Amón debía reinar durante
las próximas estaciones en todo Egipto y Hathor vería impotente cómo las
hormigas rojas del desierto iban llegando a cientos de millones hasta la aldea
y devoraban, uno a uno, a todos sus habitantes. En pocos días la aldea de Ibz
quedó totalmente en silencio, fue arrasada por la voracidad de las hormigas.
Los esqueletos de los hombres y mujeres que antes soñaban con alcanzar una vida
mejor, eran ahora el refugio de las ratas y los nidos de las serpientes.
La escriba concluyó su
relato marcando el tono de sus palabras con un aura de misterio. Sus ojos
negros miraban fijamente la expresión de Gamal. La mujer hizo un breve silencio
y casi sin dar tiempo para que el árbitro procesara en su mente todo lo que le
había contado, alzó la voz y le preguntó:
—¿Consideras justo el
resultado?
El hombre se mantuvo
durante unos minutos callado. La amenaza de que su vida dependía de su atención
le había mantenido con los cinco sentidos en cada una de las palabras que la
escriba había pronunciado. No esperaba un interrogatorio sobre la valoración de
su contenido, sino más bien, un ejercicio de su memoria sobre detalles del
texto.
Al cabo de unos minutos
de profunda meditación, Gamal dijo:
—Hay dos factores que
han influido en el resultado y que no estaban en las reglas del juego. El
primer factor es la inusual crecida del Nilo, su intensidad no estaba
prefijada. El segundo y más esencial, fue la actuación del cocodrilo. Nadie
contaba con la decisión privada del animal, una decisión motivada por
cuestiones, meramente individuales. La decisión del reptil alteró
considerablemente el resultado del juego. ¿Qué hubiese pasado si el cocodrilo
no rompe la barrera de sacos? No lo sabemos. Pero es posible que el agua no
hubiese inundado las colmenas de Ibz y por tanto la diosa Hathor no tenía por
qué ver a sus aldeanos siendo víctimas de la adversidad.
—Ya, pero ésa no es la
cuestión. La pregunta es si consideras justo el resultado de que la aldea de
Nadir, y por consiguiente el dios Amón, ganasen el juego.
—Eran quienes más miel
tenían, ¿No?
—Sigues sin contestar.
Al árbitro le corrían
chorros de sudor por la frente. No se atrevía a ser más concreto. Un tremendo
escalofrío le recorrió la espalda como si de un latigazo se tratase. La
temperatura había bajado ostensiblemente. Dentro de la jaima hacía mucho frío.
Gamal temblaba tanto como las velas que daban luz a las dos imágenes de Amón y
de Hathor. Los dioses presidían la estancia en la que apenas quedaban algunos restos de la comida que había servido
la escriba. En el ambiente se respiraba un intenso olor a incienso y otros
aromatizantes, esencias que ardían en tres bandejas colocadas en un triángulo
que dejaba a la escriba en el centro.
—Lo más justo hubiese
sido repetir el juego en las estaciones siguientes —se atrevió a decir Gamal
con una voz dubitativa e implorante.
La escriba le miró con
cierta benevolencia y le dijo:
—Esta noche podrás
dormir tranquilo. Acuéstate en el suelo, que tu cuerpo sienta de cerca el poder
de la tierra, serénate y presta oído a las vibraciones del planeta.
CONTINUARÁ...
NOVELA CORTA
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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