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Marc Foster tardó bastante tiempo
en recomponerse de lo sucedido en el escenario de La nuit. Había estado a punto de morir estrangulado y no salía de
su escepticismo. Le costó mucho recobrar la respiración pausada y dominar su
corazón hasta que el pulso adquirió presencia de normalidad. Después de que los
guardias de seguridad le sacasen del escenario y le llevasen al camerino,
permaneció en él hasta que le dijeron que Inocencio se había marchado con
Marlén. Durante ese tiempo se bebió una botella de agua a sorbos pequeños para
notar cómo pasaba el líquido por su garganta y tomar conciencia de que estaba
vivo. Mientras realizaba esas acciones rutinarias no quitaba ojo a la puerta. Cuando
se sintió algo más seguro salió de su escondite y aún dubitativo se fue hasta
la barra, pidió un whisky doble, que acabó de un trago, y dijo al camarero que
le sirviera otro y que le dejase la botella junto al vaso.
Fernando se había quedado en la
sala. Conservaba su natural tranquilidad, esa serenidad que sólo ofrecen los
años cuando alguien está de vuelta de todo. No tuvo oportunidad de despedirse
de su amigo Inocencio. Ahora tenía otro objetivo en la mente. Sus ojos se
movían sinuosamente debajo de los párpados observando con detenimiento cada uno
de los movimientos del hombre que estaba al otro lado de la barra, justo en la
esquina opuesta. Marc no era consciente de que unos ojos amarillos le estaban
escrutando con avidez de fiera del desierto. El viejo actor iba a esperar pacientemente
a que Marc abandonase su ensimismamiento alcohólico y decidiese salir a la
calle.
Entre trago y trago, el tiempo
fue adquiriendo la cualidad cereal del whisky por un lado y del coñac por otro.
A Fernando le habían servido todo el crédito que le quedaba de los veinte
euros que Inocencio había entregado al
camarero. Aquello había sucedido unos momentos antes de que comenzase el
espectáculo porno y cuando el camarero vino con la vuelta, Inocencio ya estaba
enzarzado en la porfía con Marc. Todo sucedió tan rápido que ni se planteó
siquiera ir a dárselo en mano a la puerta de la calle.
Ahora Marc parecía tener los ojos
perdidos, igual que los de un hombre al que la vida ha zarandeado demasiado
fuerte después de que antes le hubiese colmado con creces su desmedida
ambición. En este momento, el hombre que también se hace llamar Antoñito
Oportunidades, cree que el destino le está pasando factura por los desmanes
cometidos, pero que todo pasará igual que un mal sueño.
Durante los últimos meses Marc había
vivido obsesionado con Marlén. Desde que la vio por primera vez en una actuación
erótica en La nuit, se prometió a sí
mismo que tenía que conseguirla. Había intentado abordarla y entablar
conversación varias veces, pero siempre chocaba con la visión que tenía de sí
mismo en comparación con la imagen de ella y no se atrevía a dar el paso. No se
veía con nada especial, ni dentro ni fuera, que pudiese llamar la atención de una
mujer tan bella. Sólo le quedaba la posibilidad de sorprenderla pensando a lo
grande, como había hecho en otras ocasiones. Pero su situación actual era muy compleja.
Tan difícil, que muchas de las ideas que se le habían ocurrido acabaron
desvaneciéndose en el baúl del olvido porque no contaba con los medios
monetarios para poder realizarlas.
En los últimos tiempos las cosas
no le habían ido nada bien. Había perdido casi todas las expectativas,
inmediatas o a medio plazo, para obtener ingresos extraordinarios. Le habían
engañado en algunos negocios. Apenas tenía dinero líquido disponible. Por tanto,
intentar engatusar a Marlén tirando de tarjeta oro, con grandes regalos, viajes
extraordinarios, invitaciones desmesuradas, a lo Pretty woman, era imposible.
Le quedaban pocas opciones. Y
entonces se le ocurrió un último recurso. Ideó convencer al dueño de La nuit para que realizase un
espectáculo porno con ella y con él de protagonistas. Le aseguró que sería un
gran éxito. Que él se encargaría de la escenografía y del guión de la
actuación. Y que no cobraría más que una tarifa módica, le aseguró que se
sentía compensado con poder hacerle el amor a la chica y disfrutar de barra
libre todas las noches durante un mes.
El dueño de La nuit aceptó la propuesta de Marc. Se puso en contacto con Marlén
y le prometió una cantidad importante de dinero para el primer día y un
porcentaje a convenir sobre las ventas en el segundo día. La chica estuvo de
acuerdo. La cuestión estaba solucionada.
En otros tiempos todo hubiese
sido mucho más fácil.
A principios del año 2000 Marc se
hizo eco de lo que algunos amigos le aconsejaban: invertir en construcción. Al
principio fue reuniendo las igualas que le pagaban sus representados y pidiendo
algunos adelantos por pequeños contratos a las empresas audiovisuales, y a los
gerentes del mundillo teatral, y después comenzó a pagar las entradas de compra
de varios pisos en proceso de construcción. Lo hacía en promociones que aún
estaban sobre planos y, transcurridos un par de años, los vendía directamente a
las familias que buscaban vivienda obteniendo un sustancioso beneficio. El
proceso le animó a acudir a la banca, de la que obtuvo préstamos personales a
bajo interés, con los que aumentó el número de pisos que reservaba en las
promociones.
El negocio iba muy bien.
Pero la codicia no tiene límites.
Se acostumbró a un ritmo de lujo, de placer y de excesos, que le provocó una
insaciable necesidad de obtener dinero fácil. Como frecuentaba los lugares más
caros fue conociendo a otros muchos que como él habían dado el salto de
cualquier profesión a la construcción y a la especulación. Así fue como conoció
a algunos personajes que tenían buenos contactos con geste influyente del poder
establecido. Los nuevos socios fundaron varias sociedades interpuestas con las
que captaban capital de la banca y aportaciones de inversores poco cautos. El
procedimiento era simple: se compraban terrenos no edificables a bajo precio
que luego eran recalificados por los ayuntamientos; previamente se untaba a
quien hiciese falta para que salieran los proyectos, y luego se publicitaban las
promociones a bombo y platillo para atraer a los clientes, que como él unos
años atrás, veían el panorama muy claro. Los precios no cesaban de subir y el
negocio no parecía tener fin.
A finales del 2007 estalló la
burbuja inmobiliaria, una ilusión creada artificialmente para que todo el mundo
se endeudase y el país viviera en una situación de jauja permanente. A partir
de aquel momento las cosas comenzaron a cambiar vertiginosamente. Lo que era
optimismo se convirtió en pesimismo. Marc perdió el dinero de las entradas de
los pisos que no había vendido. Luego no pudo hacer frente a las demandas de
las promociones en que estaba inmerso. Sus empresas quebraron o fueron
embargadas por la banca. Lo perdió casi todo y se vio envuelto en un mar de
demandas cruzadas ante los juzgados, un sinfín de pleitos entre los hasta
entonces socios. Y es que unos y otros trataban de eludir sus responsabilidades
frente a las denuncias de terceros, las acusaciones de los obreros que
demandaban su sueldo, los embargos de las empresas acreedoras y los litigios de
los clientes que reclamaban sus derechos.
Pudo sobrevivir gracias a que
guardaba una parte de dinero no declarado que no había tenido ocasión de
colocar, y con él pudo comer y seguir viviendo, sin demasiadas licencias. Marc tenía
la esperanza de que todo pasase pronto y de que no muy tarde volvería a
colocarse en la posición que durante unos años había disfrutado. Pero los años
comenzaron a pasar inexorablemente y final del túnel no se atisbaba cercano.
Entonces volvió a lo que sabía
hacer: representar a artistas. Con el dinero de los actores creyó recuperar
algo del brillo perdido. Sin embargo la cultura también estaba siendo afectada
por la crisis. Las administraciones central, autonómica y local, recortaron los
presupuestos en el capítulo dedicado a subvenciones, actos culturales, fiestas
y espectáculos en general. Por otro lado, la gente tenía menos dinero en el bolsillo
para gastarse en cosas que no fuesen las estrictamente necesarias para
sobrevivir. Todo el mundo sabía que había que priorizar. La cultura se hundía y
los actores lo estaban pasando mal. A Marc sólo le quedó intentar trapichear
con otros agentes a fin de conseguir para él algunos de los papeles que, en su
frustrada vocación de actor, nunca pudo hacer, y tampoco pensó que lo
necesitase. Paralelamente fue haciendo pequeños chantajes monetarios a aquéllos
que, no sabía cómo, se habían salvado de la quema y tenían mucho que ocultar.
Su silencio valía dinero. Y había que aprovecharlo.
Ahora, apoyado con los dos brazos
en la barra de La nuit, Marc estaba
tembloroso, tenía miedo. Por primera vez en su vida había visto la muerte muy
de cerca. Y no se trataba de una broma macabra, ni de la fanfarronada de un
bravucón de los que había achantado con la fría amenaza de llevarlo al juzgado.
Le habían amenazado en muchas ocasiones pero nunca nadie le había puesto la
mano encima. Ahora había sido de verdad.
Mientras los camareros limpian la
barra y ordenan el local, en el otro extremo de la barra Fernando aprovecha el
tiempo para recordar con tristeza una mezcla de pensamientos en los que se entremezclan
dos imágenes. Por un lado, la de Ava Gardner, su mito, y por otro, la de la
mujer que le abandonó en su juventud dejándole la cruz del engaño clavada en la
frente. La canción que había cantado el travesti le había recordado aquella
despedida de hacía casi cincuenta años: “por
el camino verde, camino verde, que va a la ermita, desde que te fuiste, lloran
de pena las margaritas…”
Fernando siente crecer la ira
como una hiedra en su interior. Escucha cómo Marc le dice al camarero que la
cuenta está pagada por su jefe. Acto seguido, el inusual actor porno, inicia el
camino de salida del local hacia la calle con un ligero balanceo. Fernando se
alisa la chaqueta, coge el cayado y sale detrás del representante de artistas
con una idea fija en la mente.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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