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Tras unos minutos de confusión en
los que la fuerza de los golpes hizo perder el conocimiento a Inocencio, ahora
se ve en la puerta del local, sujetado fuertemente de los brazos por los
vigilantes de seguridad. Malén está a su lado, ya vestida de calle y habla, un
tanto aturdida pero con mucha convicción, al dueño del local.
El dueño de La nuit es un señor bastante obeso y entrado en años. En su cara
destaca un gran bigote de estilo mejicano que a menudo le hace cosquillas en la
nariz y que se frota constantemente. El hombre escucha a Marlén con una media
sonrisa de sorna y otra media de maldad y
de egoísmo. La joven intenta convencerle de que no llame a la policía, le dice que
a fin de cuentas no ha sucedido nada grave, ni ha habido desperfectos en el
local. Marlén argumenta que los espectadores han tomado la refriega como si se
tratase de parte del espectáculo y que se han divertido mucho. Le insiste en
que ella se ocupará de resolver el problema surgido entre Inocencio y Antoñito
(Marc Foster en realidad), y que si de verdad considera que ha tenido alguna
pérdida, por pequeña que sea, ella se encargará de satisfacer sus deseos.
El dueño de La nuit mueve la cabeza en signo negativo. La chica persevera,
dirige fijamente la mirada a los ojos de la morsa bigotuda que tiene delante y
le dice que en lo concerniente al dinero que le corresponda por su actuación,
puede restarle las posibles pérdidas económicas ocasionadas. El dueño del local
le contesta que claro que sí, que descontará las consumiciones de los clientes
que aprovechando el tumulto se han marchado sin pagar; que hay que sumar a eso el
coste de la mala imagen ofrecida y las pérdidas de entradas futuras; que
también se tienen que considerar los daños morales sufridos por los clientes
que han visto una exhibición de violencia. Y por último, tiene que añadir las cantidades
que sus abogados le indiquen mañana cuando vaya a consultarles la posible
interposición de una demanda contra su amigo.
Marlén se ve sobrepasada por las
pretensiones de su ocasional jefe, le ruega comprensión y acaba convenciéndolo
para que no haga nada hasta que ella pueda entrevistarse en privado con él, a
la tarde siguiente. Una sonrisa que deja entrever unos dientes amarillos y
húmedos se dibuja en la boca del empresario del espectáculo, que asiente con la
cabeza. Entonces la novia de Inocencio se dirige con premura a su maltrecho
doblador de dibujos animados. Los vigilantes acaban de soltarlo y éste se ha
quedado apoyado en la pared como si fuese un poste del tendido eléctrico al que
le han desconectado los cables.
—Vámonos a mi casa, Inocencio.
—A ese tipo…A ese tipo…
—balbuceaba Inocencio intentando hacer ademanes de fuerza sin apenas poderse
mantener en pie.
—Olvídalo. Yo estoy aquí,
contigo. Vámonos a mi casa, te repito. Te prepararé algo de comer y un té. Y descansarás
un poco. Estás muy tenso y demasiado estresado. ¡Venga! Llamaré a un taxi y nos
vamos.
Inocencio se calmó al escuchar la
voz modulada de Marlén que le sonaba con un fondo de violines celestiales. Se
puso en marcha con dificultad. Uno de los taxis que pasaban se detuvo ante las
indicaciones de la chica y cambió su banderín de verde a amarillo. La pareja
subió al coche y éste salió camino de la dirección que la joven le había
indicado. Inocencio estaba sentado con la cabeza echada hacia atrás y la mano apoyada
en el mentón. Ella se acurrucó sobre su pecho. Y él comenzó a quejarse de los
golpes que había recibido. Apenas hablaron durante el camino.
Unos minutos después, al llegar
cerca del portal donde se ubicaba el piso de Marlén, el coche se detuvo. Los
dos jóvenes bajaron del taxi con mucho esfuerzo, ya que ella tuvo que ayudar a
Inocencio, que posteriormente, apoyado en los hombros de la chica y en la
pared, fue subiendo por las escaleras hasta tener frente a sí la puerta del
segundo izquierda. Cuando entraron al piso, Inocencio se derrumbó sobre el sofá
como si de un castillo de naipes se tratara. Marlén fue a traer una bolsa de
hielo, puso agua a calentar para dos tés y volvió con las tazas, y unos cubitos
de hielo.
—Tengo que preguntártelo, así que
no me andaré con rodeos. ¿Me la estás dando con ese mequetrefe, con ese trípode
engominado?— dijo Inocencio mientras sentía el frío reparador del hielo sobre
sus mejillas.
—Cómo te atreves siquiera a
preguntármelo. Pues claro que no. No le conocí hasta anteayer, cuando me lo
presentó el jefe dentro del camerino.
—¿No lo habías visto antes?
—No. Nunca.
—¿Y por qué no has contestado a
las llamadas que te he hecho?
—Porque no sabía cómo decirte qué
tipo de trabajo iba a hacer. Confiaba en que pasara sin que te enteraras.
—¿No me iba a enterar?
—Me dijeron que serían sólo dos
pases en días sucesivos, que el público se cansa pronto del mismo espectáculo.
Yo acepté porque necesito el dinero y además no está mal pagado. Ya sabes, el
piso, comer, vestuario, vivir, peluquería, manicura, estética, etc. Tengo
muchos gastos.
—No acabas de convencerme. Ese villancejo
te miraba con una ansiedad brutal. Se le veía a lo lejos una extremidad de
paquidermo en celo predispuesta desde hace mucho tiempo a medrar en tu selva.
No me equivoco. ¡Y mira quién iba a ser!
—Yo no he hecho nada por lo que
tú te debas sentir mal.
—¿ No?...Ese minúsculo berberecho
baboso y cejijunto es mi representante. O mejor dicho, era mi representante,
porque cuando le vuelva a poner las manos encima va dejar de serlo. Ése me ha
robado el papel de mi vida, el Macbeth del próximo festival del barrio. Y no se
lo perdono.
—No seas cabezón. Te digo que no
tengo nada con él. ¿No estarás celoso? ¡Ay mi amor! Sí, estás celosito.
—¿Celoso yo? Ni de coña.
—Entonces a qué viene esa
reacción tan estrambótica y desmesurada que has tenido esta noche.
—Hay reacciones que sería
conveniente atribuir al influjo inexplicable del amor, por muy doloroso que sea.
Ya sabemos el poder que tiene Eros, que casi siempre maneja nuestros impulsos.
Pero hoy, yo creo que lo que me ha sucedido ha sido consecuencia de una mezcla
de odio y de venganza. Ese hombrecillo estaba disfrutando de todo lo que yo más
quería y riéndose en mi cara. Estaba tomando lo mío sin pedir permiso.
—Yo no soy de tu propiedad. Te lo
digo con firmeza. Yo sólo soy mía.
—Quizá haya ido demasiado lejos.
A veces los hombres somos víctimas de los designios de los dioses que van en
contra de los mortales humildes, como yo, y nos encontramos de cara situaciones
en las que resulta imposible rebelarse contra el destino que nos aguarda con un
hacha en la mano.
—Todos estamos en el teatro del
mundo. Ya lo sabes. Somos actores de una obra cuyo argumento no conocemos, ni
tampoco conocemos cuándo hemos de salir de escena con un mutis insignificante,
aunque sí sabemos cuál será el final.
—No intentes cambiar de
conversación —dijo Inocencio—. Contéstame: ¿Me quieres o no? ¿Me engañas o no?
Ésas son las dos cuestiones que me interesan.
—¿Engañarte? Ya te he dicho que
no. Los sentimientos están por encima de lo que es meramente carnal. Puro
teatro, festival de la carne, y tal vez de los sentidos, pero nada más. En
relación a la otra pregunta, a la sentimentalidad del amor, estoy valorando las
cosas que tú me aportas.
—¿Me quieres o no?
—Pues la verdad es que no sé si
esto que siento por ti es quererte o no. Dejemos que el tiempo lo decida.
—Me duele mucho la cabeza. Estoy
maltrecho y agotado. No me hagas reflexiones filosóficas ahora. Ni me plantees
dudas existenciales.
—¿Qué quieres que te diga?
¡Melocotoncito mío! Quieres que te cuente que me ha impresionado mucho lo que
has hecho hoy por mí, porque aunque tú me digas que le tenías ganas a ese tipo
por no sé qué te ha quitado, lo cierto es que yo pienso que te has portado como
un animal, y que si hubiese sido cualquier otro, también te habrías tirado a
por él como un salvaje prehistórico. ¿Y si quieres que te diga eso? Pues te lo
digo. Ea…Te digo que comienzo a sentirme especial contigo.
»Después de tantas experiencias desagradables,
después de haberme sentido usada por muchos, después de ir arrastrándome de
cabaret en cabaret, de función en función haciendo cualquier cosa que me
dejasen interpretar; después de haberme esmerado con todo tipo de artes, no he
conseguido lo que quería. ¿Sin embargo contigo?... Y no es que tú seas
demasiado romántico o muy detallista o estés siempre dispuesto para escuchar
los latidos de mi alma femenina, los pulsos de mi corazón inseguro. No es que
sepas comprender mis altibajos hormonales o mi cambiante estado de ánimo, ni
que sepas interpretar mis caprichos o sepas darme lo que no te pido, pues eso
es precisamente lo que quiero que me des, que me des lo que pienso y no lo que
te reclamo. Así somos algunas mujeres. Que tampoco digo yo que lo sean todas.
»Mira… te voy a decir…¿te estás
durmiendo?... no, ya veo que no. Mira y escucha… abre los ojos…Yo soñaba con alguien
especial. Un día que había entrado al teatro de jovencita con unas amigas y
representaban Romeo y Julieta, yo
soñé con un Romeo que me entendiera, que fuese por delante de mis deseos, que
adivinara lo que yo iba a pensar antes de que lo pensase y me dijese lo que yo
quisiera oír.
»Después empecé a conformarme con
encontrar un personaje del teatro de Valle Inclán adaptado a nuestro tiempo,
alguien que fuese muy irónico, inteligente, brillante con las palabras y con el
dominio de las situaciones, sagaz, crítico y, si era necesario, pudiese comportarse
como un ser esperpéntico en sus formas de actuar, y en su manera de entender la
vida. Y no pude encontrar alguien así después de buscar y rebuscar, y de mirar
incluso tras muchos armarios.
»Más tarde…cariño que te
duermes…Más tarde, te digo, soñé con un mito del mundo cinematográfico, alguien
así como un Cluny, o un Gere, que tuviese mucha pasta y mucho postín. Y tampoco
encontré quien me hiciese el caso que yo necesitaba.
»Transcurrieron los años y mi agenda
estaba demasiado llena de números que nunca contestaban, salvo unos pocos que
siempre tenían el mismo tono y las mismas pretensiones. Unas pretensiones
digamos, exclusivamente biológicas, de las que yo estaba cansada. Comencé a
aburrirme de tantos hombres. Pasé una etapa de dudas y desconcierto en la que a
veces soñaba con alguna compañera de las que encontraba en los casting. Nada
más que sueños. Tú me entiendes, cariño. ¿No estarás durmiendo?...Has cerrado
los ojos pero sé que me estás escuchando. Sigo… Te decía que estaba cansada de
los hombres y entonces un día de aquellos en los que ensayábamos en la academia
de arte dramático aquella escena de mímica, me di cuenta que tenía delante
alguien diferente, auténtico, y sin darme cuenta llegaste tú, que no sé qué es
lo que tienes, y como quiero conocerte me obligas a estar siempre adivinando
cómo eres, y proponiendo situaciones para ver cómo reaccionas, vamos, que me
mantienes siempre como a una perra con las orejas tiesas…Inocencio…Inocencio…
El actor de doblaje de dibujos
animados se había quedado dormido profundamente a causa del cansancio y las
emociones de una jornada poco corriente en su vida. La voz melodiosa de Marlén
le había anestesiado como a un búfalo. Ahora roncaba con la cabeza reposada en el
lateral del sofá. Ella se levantó, buscó una manta y le cubrió por encima
arropándolo con mimo. Luego se fue haciendo un hueco junto a él y apoyó su
cabeza junto al pecho del hombre. En breves minutos los dos se encontraron en
el territorio de los sueños.
Por la ventana del salón, a dos
metros de donde se encontraba la pareja interpretando la más grandiosa obra de
teatro del género humano, comenzaban a penetrar en la habitación los tonos
rojizos del alba.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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