martes, 1 de abril de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, PARTE 24)



24


Un fornido empleado del local sale a escena y coloca una silla en el centro del escenario. Después desaparece con la misma celeridad con que ha realizado los movimientos precisos para que la silla quedase situada en la posición más adecuada para recibir la luz del foco principal.
Comienza a sonar el tema Con su blanca palidez en la versión original de Procol Harum. El órgano inicia lentos acordes cuando Marlén aparece por uno de los laterales vestida de enfermera. Lleva un traje blanco, corto, ajustado y muy escotado, cuyos botones centrales parecen estar a punto de salir disparados. La música llena el espacio del escenario y todos los rincones de la sala con arpegios dulces y acompasados. Marlén baila sensualmente alrededor de la silla y comienza un estriptis lento que deja totalmente en silencio a los clientes del local que la habían recibido con vítores y aplausos.
Y vuelan las manos como gasas por el aire, acariciando la piel erizada, manos como estrellas que se apagan y vuelven a lucir destellantes, palomas que se van y que vuelven a revolotear junto a la respiración de la joven, manos que abren el vestido, que dejan a la luz las laderas de la lujuria y el valle del fuego, manos que señalan ligeramente un cono volcánico con perlas nacaradas, manos que sueltan los lazos del edén y los dejan a la luz de los focos como botones de pera tersos y azafranados; pensamientos que divagan y corrompen las mentes de los hombres que la observan rizar el cielo, los hombres excitados que codiciosos salivan y degustan dentro de sus bocas el néctar gelatinoso con que la envolverían. Y Marlén que lo sabe, que conoce su poder, juega con el tiempo, con las situaciones, con la luz de los focos y con la paciencia de los clientes. El estriptis va culminando mientras vuela la música entre la piel desnuda de Marlén y el deseo viejo de los que la miran, sentidos e imágenes que se entremezclan, en armonía, cerca de los oídos y cerca de los ojos, con fuerza y obsesión…la fuerza de la carne, la obsesión de los depredadores.
Marlén se ha quedado tan sólo con unas bragas de color canela. La minúscula prenda apenas es perceptible desde la barra, donde Inocencio suspira embobado y Fernando mira con un ojo a su amigo, y con otro a la bellísima novia del doblador de dibujos animados. En este instante no parece pasar por la mente de Inocencio otra cosa que no sea la imagen de su chica, todo lo demás está larvado bajo el instinto. Marlén sigue bailando alrededor de la silla mientras la música y la letra sugieren lo que quisiera Inocencio, o al menos lo que podría suceder dentro de unas horas.

Caminos en el cielo,
misterios en el mar
y las sombras del desvelo
que me vienen a enseñar
cipreses que se mecen
con el viento nocturnal.
Y vibrando con el órgano
un preludio sin final.
Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez
y tu rostro tan sereno
con tu blanca palidez…

Aparece en escena un hombre que lleva parte de la cabeza vendada, sólo se le ven los ojos y parte de la nariz. Lleva un brazo sujeto al cuello con un pañuelo. Va cojeando ostensiblemente, de forma fingida y fatalmente interpretada. Va vestido con un camisón de color verde claro, de los que se usan para los enfermos que van a ser llevados al quirófano. El hombre llama la atención de Marlén, le hace señas con la mano que lleva libre y se sienta en la silla que figura en el centro del escenario.
Marlén comienza a danzar a su alrededor provocadoramente e inicia los pasos para ir desnudando al inquilino de la silla. El hombre es de pequeña estatura, delgado y poco musculoso. La joven quita primero el pañuelo que soportaba el peso del brazo derecho, acerca sus pechos a la cara del enfermo imaginario y roza con los pezones su nariz. Luego coloca la cara del hombre entre sus pechos, le coge las manos y se las lleva hasta el culo para que lo palpe. Se sienta sobre el personaje y se mueve como una serpiente por su torso. El hombre jadea y casi suplica en voz baja. La música sigue decorando el aire de la sala.

Llorando con el órgano
está mi corazón.
Entre mis manos te veo
a mi lado otra vez.
Y el rostro tan sereno
con su blanca palidez…

Inocencio observa cómo se mueve Marlén con una sensualidad de pluma de garza mientras quita el camisón verde al enfermo imaginario. Ve cómo roza su cuerpo contra el cuerpo del delgado actor porno que va rudamente depilado y ha dejado al descubierto un calzoncillo bóxer que ya comienza a abultar dejando entrever un extraordinario ariete. La joven coloca su culo contra el abultamiento y lo frota con rítmica armonía. El hombre echa la cabeza hacia atrás.
Desde la distancia, Inocencio observa y espera impaciente que Marlén quite el vendaje de la cara al hombre para ver si se trata o no de Marc Foster, su odiado agente. Pero de repente, es el hombre quien se levanta, voltea a Marlén, la obliga a colocar las manos sobre el respaldo de la silla, la acaricia con rudeza y mucha ansiedad, y besa su espalda hasta llegar a las bragas, las engancha con los dientes, tira de ellas con violencia hasta que el género cede y se rompe. Los clientes claman contra el cielo y lanzan gemidos exaltados, los más tímidos se mueven nerviosamente en las sillas. Inocencio tiene la sangre paralizada.
Ahora, los dos actores porno, bailan juntos en el escenario enlazados como lo harían una pareja de enamorados. Inocencio se quiere morir. Ella se despega del torso del hombre y manteniendo una mano cogida a la de su pareja ocasional, da vueltas a su alrededor, a la vez que con la otra mano comienza a deshacer el vendaje que cubre parte del rostro del hombre. Lo hace lentamente, cara a cara, dejando que las vendas caigan al suelo con su blanca palidez.
La lentitud de los movimientos de Marlén es exasperante. No termina nunca, parece que estuviese desnudando a la momia de Tutankamón. A Inocencio le encoleriza, su sangre está cambiando de color segundo a segundo. Sin embargo, al actor porno le excita y el ariete, que levantaba el bóxer, escapa ahora de su jaula de tela mostrando un volumen venoso y desproporcionado para el tamaño y la estatura del actor.
Inocencio hace ademán de levantarse y Fernando le coge por el brazo con firmeza.
—Tranquilo. No merece la pena. Están actuando.
Inocencio tiene todos los músculos en tensión menos el que el actor porno muestra más tenso, como una columna de mármol. Y la música se desliza entre los dos oponentes.

Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez.
Y tu rostro tan sereno
con su blanca palidez…

Dos cuerpos entrelazados, manos que se aprietan, bocas que se funden en besos que parecen ahogar al mismo tiempo…La venda ya casi está dejando al descubierto las facciones del hombre e…Inocencio masculla entre dientes…
—Parece…Parece…Pero no puede ser…
Y la música sigue incansable el movimiento de las sensibilidades y de las pieles.

Estrellas que se apagan
palomas que se van
pensamientos que divagan
y siempre aquel refrán
que suena en mis oídos
con la fuerza y la obsesión.
Y llorando en el órgano
está mi corazón…

La venda se desliza por completo y cae al suelo.
Inocencio ve el bigotillo fascista y el pelo engominado de Marc. Éste se ha girado bruscamente y ha colocado a Marlén de culo con el vientre apoyado en la silla. Se prepara para embestirla. Y la embiste como un toro verraco mientras babea como un cerdo ansioso. Ahora el sonido de la batería es también el sonido de las caderas de los actores, una contra otra. Miel y limón. Miel y limón. Los gemidos que se diluyen en la música y en la zozobra del hombre que está sujeto por las manos de Fernando.
Y de improviso, Inocencio salta como un gamo, se suelta de las manos de Fernando y corre hacia el escenario. El doblador de películas de dibujos animados imita a sus personajes, salta sobre las mesas, tropieza con las sillas, aparta violentamente a todo el que encuentra en su camino y va hacia su objetivo como un criminal poseso. Al llegar al borde del escenario pasa por encima de la barandilla metálica que lo protege. Lleva los ojos fijos en Marc Foster, va directo a por su yugular. Sin dar opción a que el actor pueda reaccionar, ocupado como estaba en disfrutar de la anatomía de Marlen, Inocencio le atrapa por los hombros. El actor porno se ve sorprendido por la furiosa acometida del hambre que ha llegado desde la barra en un abrir y cerrar de ojos. Inocencio agarra por el cuello a Marc, tira de él hacia atrás y le arranca de Marlén como quien saca un rábano de la tierra. Lo tumba en el suelo y cierra sus manos sobre el cuello del adversario como una guillotina de dedos encolerizados que hacen crujir los cartílagos del asaltado. Marlén grita y repite alarmada el nombre de Inocencio. Ella no le había visto hasta ese momento y teme por lo que pueda ocurrir, pero Inocencio no escucha ni los gritos desgarrados de su novia, ni ve las lágrimas que resbalan por su cara, ni escucha el clamor del público. Sólo ve a Marc, sólo siente todo el odio visceral que le abrasa el alma y que se proyecta en la fuerza de sus brazos con toda la ansiedad acumulada en los últimos minutos. El odio y la venganza salen por sus ojos como lágrimas de ira y de contrariedad explosiva que agarrotan sus brazos sobre la ya indefensa víctima.
—Maldito seas…Maldito seas…Muere cabrón.
Dos vigilantes de seguridad reaccionan inmediatamente. Al ver lo que estaba sucediendo en el escenario llegan a la carrera y cogen por los brazos a Inocencio, le golpean con fuerza en el estómago y le propinan varias patadas hasta lograr que suelte a su presa. Después siguen golpeándole con saña hasta que pierde el sentido y queda desplomado en el suelo. Marc sigue paralizado junto a la silla, tumbado con la boca abierta e intentado respirar.
Inocencio se encoge de dolor, apenas se mueve. Marlén grita con fuerza e intenta detener al vigilante que se aprestaba para golpear de nuevo a su amigo. Le pide por favor que no le pegue más, que es su novio, y se abalanza sobre él para impedirlo. El otro vigilante levanta del suelo a Marc y se lo lleva para el camerino. En la sala se ha formado un murmullo general, los clientes comentan lo sucedido con ironías y burlas seguidas de carcajadas. Fernando no ha tenido tiempo de reaccionar, todo ha sido tan rápido que aún no ha terminado la canción que sonaba desde el principio de la actuación. Y la música retoma el protagonismo perdido, primero con los momentos más eróticos de los actores, y después, con la trifulca ocasionada por Inocencio.

Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez
y tu rostro tan sereno

con su blanca palidez…


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

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