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Un fornido empleado del local
sale a escena y coloca una silla en el centro del escenario. Después desaparece
con la misma celeridad con que ha realizado los movimientos precisos para que
la silla quedase situada en la posición más adecuada para recibir la luz del
foco principal.
Comienza a sonar el tema Con su blanca palidez en la versión
original de Procol Harum. El órgano inicia lentos acordes cuando Marlén aparece
por uno de los laterales vestida de enfermera. Lleva un traje blanco, corto,
ajustado y muy escotado, cuyos botones centrales parecen estar a punto de salir
disparados. La música llena el espacio del escenario y todos los rincones de la
sala con arpegios dulces y acompasados. Marlén baila sensualmente alrededor de
la silla y comienza un estriptis lento que deja totalmente en silencio a los clientes
del local que la habían recibido con vítores y aplausos.
Y vuelan las manos como gasas por
el aire, acariciando la piel erizada, manos como estrellas que se apagan y
vuelven a lucir destellantes, palomas que se van y que vuelven a revolotear
junto a la respiración de la joven, manos que abren el vestido, que dejan a la
luz las laderas de la lujuria y el valle del fuego, manos que señalan
ligeramente un cono volcánico con perlas nacaradas, manos que sueltan los lazos
del edén y los dejan a la luz de los focos como botones de pera tersos y
azafranados; pensamientos que divagan y corrompen las mentes de los hombres que
la observan rizar el cielo, los hombres excitados que codiciosos salivan y
degustan dentro de sus bocas el néctar gelatinoso con que la envolverían. Y
Marlén que lo sabe, que conoce su poder, juega con el tiempo, con las
situaciones, con la luz de los focos y con la paciencia de los clientes. El
estriptis va culminando mientras vuela la música entre la piel desnuda de
Marlén y el deseo viejo de los que la miran, sentidos e imágenes que se
entremezclan, en armonía, cerca de los oídos y cerca de los ojos, con fuerza y
obsesión…la fuerza de la carne, la obsesión de los depredadores.
Marlén se ha quedado tan sólo con
unas bragas de color canela. La minúscula prenda apenas es perceptible desde la
barra, donde Inocencio suspira embobado y Fernando mira con un ojo a su amigo,
y con otro a la bellísima novia del doblador de dibujos animados. En este
instante no parece pasar por la mente de Inocencio otra cosa que no sea la
imagen de su chica, todo lo demás está larvado bajo el instinto. Marlén sigue
bailando alrededor de la silla mientras la música y la letra sugieren lo que
quisiera Inocencio, o al menos lo que podría suceder dentro de unas horas.
Caminos en el cielo,
misterios en el mar
y las sombras del desvelo
que me vienen a enseñar
cipreses que se mecen
con el viento nocturnal.
Y vibrando con el órgano
un preludio sin final.
Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez
y tu rostro tan sereno
con tu blanca palidez…
Aparece en escena un hombre que
lleva parte de la cabeza vendada, sólo se le ven los ojos y parte de la nariz. Lleva
un brazo sujeto al cuello con un pañuelo. Va cojeando ostensiblemente, de forma
fingida y fatalmente interpretada. Va vestido con un camisón de color verde
claro, de los que se usan para los enfermos que van a ser llevados al
quirófano. El hombre llama la atención de Marlén, le hace señas con la mano que
lleva libre y se sienta en la silla que figura en el centro del escenario.
Marlén comienza a danzar a su
alrededor provocadoramente e inicia los pasos para ir desnudando al inquilino
de la silla. El hombre es de pequeña estatura, delgado y poco musculoso. La
joven quita primero el pañuelo que soportaba el peso del brazo derecho, acerca
sus pechos a la cara del enfermo imaginario y roza con los pezones su nariz. Luego
coloca la cara del hombre entre sus pechos, le coge las manos y se las lleva
hasta el culo para que lo palpe. Se sienta sobre el personaje y se mueve como
una serpiente por su torso. El hombre jadea y casi suplica en voz baja. La
música sigue decorando el aire de la sala.
Llorando con el órgano
está mi corazón.
Entre mis manos te veo
a mi lado otra vez.
Y el rostro tan sereno
con su blanca palidez…
Inocencio observa cómo se mueve
Marlén con una sensualidad de pluma de garza mientras quita el camisón verde al
enfermo imaginario. Ve cómo roza su cuerpo contra el cuerpo del delgado actor
porno que va rudamente depilado y ha dejado al descubierto un calzoncillo bóxer
que ya comienza a abultar dejando entrever un extraordinario ariete. La joven
coloca su culo contra el abultamiento y lo frota con rítmica armonía. El hombre
echa la cabeza hacia atrás.
Desde la distancia, Inocencio
observa y espera impaciente que Marlén quite el vendaje de la cara al hombre
para ver si se trata o no de Marc Foster, su odiado agente. Pero de repente, es
el hombre quien se levanta, voltea a Marlén, la obliga a colocar las manos
sobre el respaldo de la silla, la acaricia con rudeza y mucha ansiedad, y besa
su espalda hasta llegar a las bragas, las engancha con los dientes, tira de
ellas con violencia hasta que el género cede y se rompe. Los clientes claman contra
el cielo y lanzan gemidos exaltados, los más tímidos se mueven nerviosamente en
las sillas. Inocencio tiene la sangre paralizada.
Ahora, los dos actores porno,
bailan juntos en el escenario enlazados como lo harían una pareja de
enamorados. Inocencio se quiere morir. Ella se despega del torso del hombre y
manteniendo una mano cogida a la de su pareja ocasional, da vueltas a su
alrededor, a la vez que con la otra mano comienza a deshacer el vendaje que
cubre parte del rostro del hombre. Lo hace lentamente, cara a cara, dejando que
las vendas caigan al suelo con su blanca palidez.
La lentitud de los movimientos de
Marlén es exasperante. No termina nunca, parece que estuviese desnudando a la
momia de Tutankamón. A Inocencio le encoleriza, su sangre está cambiando de
color segundo a segundo. Sin embargo, al actor porno le excita y el ariete, que
levantaba el bóxer, escapa ahora de su jaula de tela mostrando un volumen
venoso y desproporcionado para el tamaño y la estatura del actor.
Inocencio hace ademán de
levantarse y Fernando le coge por el brazo con firmeza.
—Tranquilo. No merece la pena.
Están actuando.
Inocencio tiene todos los
músculos en tensión menos el que el actor porno muestra más tenso, como una
columna de mármol. Y la música se desliza entre los dos oponentes.
Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez.
Y tu rostro tan sereno
con su blanca palidez…
Dos cuerpos entrelazados, manos
que se aprietan, bocas que se funden en besos que parecen ahogar al mismo
tiempo…La venda ya casi está dejando al descubierto las facciones del hombre e…Inocencio
masculla entre dientes…
—Parece…Parece…Pero no puede ser…
Y la música sigue incansable el
movimiento de las sensibilidades y de las pieles.
Estrellas que se apagan
palomas que se van
pensamientos que divagan
y siempre aquel refrán
que suena en mis oídos
con la fuerza y la obsesión.
Y llorando en el órgano
está mi corazón…
La venda se desliza por completo
y cae al suelo.
Inocencio ve el bigotillo
fascista y el pelo engominado de Marc. Éste se ha girado bruscamente y ha
colocado a Marlén de culo con el vientre apoyado en la silla. Se prepara para
embestirla. Y la embiste como un toro verraco mientras babea como un cerdo
ansioso. Ahora el sonido de la batería es también el sonido de las caderas de
los actores, una contra otra. Miel y limón. Miel y limón. Los gemidos que se
diluyen en la música y en la zozobra del hombre que está sujeto por las manos
de Fernando.
Y de improviso, Inocencio salta
como un gamo, se suelta de las manos de Fernando y corre hacia el escenario. El
doblador de películas de dibujos animados imita a sus personajes, salta sobre
las mesas, tropieza con las sillas, aparta violentamente a todo el que
encuentra en su camino y va hacia su objetivo como un criminal poseso. Al llegar
al borde del escenario pasa por encima de la barandilla metálica que lo
protege. Lleva los ojos fijos en Marc Foster, va directo a por su yugular. Sin
dar opción a que el actor pueda reaccionar, ocupado como estaba en disfrutar de
la anatomía de Marlen, Inocencio le atrapa por los hombros. El actor porno se
ve sorprendido por la furiosa acometida del hambre que ha llegado desde la
barra en un abrir y cerrar de ojos. Inocencio agarra por el cuello a Marc, tira
de él hacia atrás y le arranca de Marlén como quien saca un rábano de la
tierra. Lo tumba en el suelo y cierra sus manos sobre el cuello del adversario
como una guillotina de dedos encolerizados que hacen crujir los cartílagos del
asaltado. Marlén grita y repite alarmada el nombre de Inocencio. Ella no le
había visto hasta ese momento y teme por lo que pueda ocurrir, pero Inocencio
no escucha ni los gritos desgarrados de su novia, ni ve las lágrimas que
resbalan por su cara, ni escucha el clamor del público. Sólo ve a Marc, sólo
siente todo el odio visceral que le abrasa el alma y que se proyecta en la
fuerza de sus brazos con toda la ansiedad acumulada en los últimos minutos. El
odio y la venganza salen por sus ojos como lágrimas de ira y de contrariedad
explosiva que agarrotan sus brazos sobre la ya indefensa víctima.
—Maldito seas…Maldito seas…Muere
cabrón.
Dos vigilantes de seguridad
reaccionan inmediatamente. Al ver lo que estaba sucediendo en el escenario
llegan a la carrera y cogen por los brazos a Inocencio, le golpean con fuerza
en el estómago y le propinan varias patadas hasta lograr que suelte a su presa.
Después siguen golpeándole con saña hasta que pierde el sentido y queda
desplomado en el suelo. Marc sigue paralizado junto a la silla, tumbado con la
boca abierta e intentado respirar.
Inocencio se encoge de dolor,
apenas se mueve. Marlén grita con fuerza e intenta detener al vigilante que se
aprestaba para golpear de nuevo a su amigo. Le pide por favor que no le pegue
más, que es su novio, y se abalanza sobre él para impedirlo. El otro vigilante
levanta del suelo a Marc y se lo lleva para el camerino. En la sala se ha
formado un murmullo general, los clientes comentan lo sucedido con ironías y
burlas seguidas de carcajadas. Fernando no ha tenido tiempo de reaccionar, todo
ha sido tan rápido que aún no ha terminado la canción que sonaba desde el
principio de la actuación. Y la música retoma el protagonismo perdido, primero
con los momentos más eróticos de los actores, y después, con la trifulca
ocasionada por Inocencio.
Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez
y tu rostro tan sereno
con su blanca palidez…
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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