CABAÑA DE SOCORRISTAS
El
viento de levante alza las olas
que
llegan a la orilla de la playa
igual
que un pastel de merengue
erizado
por la existencia
y
la virtud del aire.
Está
sentado sobre las maderas
que
hay al pie de la cabaña
donde
los socorristas
mantienen
las mañanas del verano
con
banderas azules
y
consejos de arena.
Intenta
poner su atención
entre
las ondas de la espuma
y
sus ojos se pierden en el blanco
de
las profundidades más remotas
donde
viven las dudas
sobre
el origen de los hombres.
Se
pregunta si el mar
es
el origen de la vida
que
conocemos en la Tierra,
si
es nuestra cuna
y
nuestra última morada.
En
el puesto de socorristas
no
hay nadie que le ayude
a
resolver sus dudas.
Está
solo frente al enigma
que
la ciencia no le descubre
con
absoluta certeza,
y
la fe no le aclara sin secreto.
La
vida le ha enseñado
a
ser escéptico
para
no ahogarse en las sombras
que
provoca la ignorancia
y
la ceguera del alma.
Así
debe seguir
durante
el resto de su vida:
cuestionándose
la verdad
y
agarrándose a su intuición
como
a una madera vetusta
para
poder seguir a flote
por
si no hay socorristas en la costa
que
le salven de su inocencia.
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