UN ACTO DE VALENTÍA
Escribir
lo que piensa
puede
ser peligroso
para
alguien como él,
tanto
como exponerse a la intemperie
sin
protección alguna
y
adentrarse con los ojos vendados
en
una oscuridad
de
la que no hay salida
más
allá de la muerte.
Pero
para quien busca su reino
en
aquello que aún no conoce,
adentrarse
en la noche
con
esas credenciales de inocente
que
avalan su imprudencia,
también
es un hermoso reto.
La
dictadura de los tiempos
no
entiende de misericordias,
ni
de lágrimas que contengan
la
dimensión de una derrota
que
comience a firmarse
antes
de haber luchado.
No
hay más vida que esta
para
poder ser digno
de
llamar a las cosas por su nombre.
La
vida de todos está al servicio
de
unos pocos.
Lo
que interesa a esos
se
convierte en verdad
para
quienes están desinformados.
La
muerte impone su condena
en
el territorio que ocupa
lo
que interesa.
Somos
observadores sin conciencia,
o
cómplices de la partida,
o
súbditos del infortunio.
De
nada sirve no ser uno mismo
para
procurar evadirse
de
ese destino inexorable
que
a todos nos espera,
de
nada sirve
vivir
como un conejo asustadizo
que
huye de la verdad:
de
esa terca mecánica
que
detendrá su tiempo para siempre.
Mientras
tanto,
se
reviste de valentía
para
defender la palabra
en
todos los conflictos de los hombres,
y
confía en que venza la cordura
antes
que la devastación.
Y
piensa lo que escribe
cuando
habla de la guerra
para
no tener miedo
cuando
llegue su muerte.
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