PAHARGANJ
Los
colores se visten de luz
entre
el hermoso cromatismo
del
barrio mochilero
que
crece con las horas
en
el centro de Delhi.
Entre
miles de albergues
de
la ruta hippie,
se
alzan los puestos
donde
todo se vende
a
precio de contado.
Las
calles son arterias
donde
campa el bullicio
como
un flujo insistente
de
vida y movimiento.
Dentro
de un espacio difuso
donde
los perfiles humanos
cambian
de nombre,
un
niño de la calle
busca
el color de su presente
con
ojos del futuro,
igual
que sus hermanos.
Su
imagen permanece
rodeada
de objetos
que
van cambiando de bolsillos
con
el vértigo que genera
la
vil necesidad
en
los que no poseen nada.
Los
ojos de ese niño
reflejan
la tristeza
y
lo más hondo de su desamparo.
Lo
sitúan en un espacio
en
el que resulta casi imposible
sortear
a la mala fortuna
y
evadirse de la realidad.
Lo
envuelven las cadenas
de
un tiempo desconsiderado
con
los placeres de la vida.
Cerca
de él, emergen, como almas
que
buscan su reencarnación
en
un mundo diferente,
los
nombres de las cosas
que
dan sentido a la existencia.
Sus
letras flotan entre los puestos
como
insectos de sonido
e
imágenes de esperanza.
Forman
grafías en los muros
de
las construcciones,
signos
de codicia en los caminantes,
e
ilusiones para viajeros
que
desaparecen con el cansancio.
Sus
sonidos se entrecruzan
por
las ventanas del aire
como
una fiebre de palabras
que
afecta a la conciencia
de
quienes aman la diversidad
y
el respeto por la vida.
En
las calles de Paharganj
hay
un espejo cromático
donde
se miran los ojos de la India
y
se reflejan las imágenes
del
tiempo y el realismo.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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