EN UN SALÓN DE BUCKINGHAM
Pasa
por el Salón de Música,
los
salones Azul y Blanco,
la
Galería de Arte
y
se detiene en el Salón del Trono
como
un viejo sirviente
que
se busca en la imagen
que
nunca podrá ser.
En
las lunas de los salones
ha
visto reflejada
la
imagen de su soledad,
una
forma anacrónica
que
se repite hasta el infinito
mirando
hacia el pasado.
Lleva
la tradición a cuestas
en
el vestuario
que
da cobertura a su cuerpo.
El
protocolo toma forma
en
la mirada enjuta de sus ojos
y
en sus modales.
Cada
uno de sus gestos
responde
a una obligación
para
con las formalidades
y
la cortesía.
En
sus ojos se ven
las
semillas volátiles
de
los hombres que sueñan
con
lo imposible.
En
su mente se reproducen
esas
viejas palabras
que
se convierten en nostalgia
cuando
hablan de la infancia
como
un jardín florido de ilusiones
y
del sol de su juventud
como
un tiempo de paso
hacia
la otra realidad
de
la existencia.
Nunca
pensó que el mundo fuese
un
juego de salón
donde
la soledad reinaba
en
cada uno de los humanos.
Hoy
mima su esperanza
con
la voz de los hombres nuevos,
aquellos
que, a su modo,
modifican
la forma de estar solos,
inventan
nuevas formas
de
respirar un mismo aire
y
hablan de un mundo solidario.
Ha
de buscar el modo
de
verse diferente
y
de encontrar en el espejo
su
propia imagen
como
la de alguien que vive el presente
para
intentar construir otro futuro
sin
mirarse al espejo del pasado.
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