VIAJEROS SIN PAUSA
Los
trenes tienen algo circunscrito
a
su imagen de medio de transporte
que
siempre nos cautiva
con
su mito viajero
y
sus ventanas de aventuras
abiertas
al futuro.
Poseen
resonancias
de
paso que lleva a otro paso,
de
camino enigmático,
de
ruta aleatoria
hacia
la estación perpetua
que
buscamos en las estrellas.
Nos
ofrecen paisajes de esperanza
que
pasan ante nuestros ojos
aletargados
por el viento
o
fijados por la memoria.
Su
dinámica es como el ritmo
de
nuestra propia vida,
como
el flujo del alma
que
conoce las curvas del pasado,
del
presente que somos
y
también del futuro,
como
un poema de traviesas
que
describe las líneas
entre
los recovecos
del
rumor de la noche
y
el amor más profundo,
como
una caricia fortuita
sobre
la piel llagada
por
el dolor y la miseria.
Por
eso nos gusta viajar sin pausa
hacia
nuevos destinos
con
la maleta abierta
para
guardar los sueños,
las
manos libres
de
los viejos desaires
y
el corazón repleto de ilusiones.
Cuando
advertimos
que
el mechero de nuestra vida
ya
no enciende la llama del deseo
como
lo hacían
las
cerillas de los románticos
en
el vagón de cola,
intuimos
que es el momento
de
cambiar de camino.
A
lo largo de nuestra vida
siempre
viajamos deseando
que
en las próximas estaciones
haya
nuevos andenes
en
los que podamos bajar del tren
para
poder cambiar de rumbo
y
seguir nuestra ruta
hacia
lo más desconocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario