NUESTRA VIDA
En
verano,
las
sombras de los árboles
nos
reconfortan tanto
como
las páginas de un libro
que
habla de nuestra vida,
de
los momentos mágicos
en
que nos sentimos felices,
o
de la fuerza del deseo
y
el brillo del amor.
En
verano,
las
sombras también hablan
de
la angustia que hemos sentido
al
querer mitigar aquello que nos duele,
al
querer resolver las circunstancias
que
nos van lacerando
con
el devenir de la vida.
En
verano,
la
luz atraviesa las hojas
que
estamos leyendo
en
las páginas del pasado
e
ilumina el lenguaje
que
sobre el cuerpo de otros árboles
nos
habla de nosotros
con
palabras sinceras
y
ejemplos cotidianos
que
serenan nuestra alma.
En
verano,
el
canto de los grillos
acompaña
nuestra lectura,
el
hallazgo preciso
de
esas palabras que son nuestras
sin
acabar de serlo,
y
que acarician nuestra mente
sin
que veamos su mano piadosa.
En
verano,
las
palabras se tumban con nosotros
mientras
la luz reposa sobre la hierba
y
espera la llegada del otoño
que
abrirá las puertas del cielo
a
un invierno definitivo.
Entonces
comenzamos
a
sentir añoranza
por
la primavera que fuimos,
lo
que no hicimos en verano,
lo
que el otoño nos negó,
y
por las hojas de los libros
que
abrigan del frío en invierno.
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