COPOS DE NIEVE
Cuando
vemos la nieve
caer
sobre la tierra,
imaginamos
nuestro propio vuelo
desde
las cumbres del espacio
hasta
la superficie
de
la realidad que conocemos.
Evitamos
el frío de las sombras
y
su triste lamento,
el
abrazo gris de las nubes
que
nos oculta la visión del cosmos,
las
cortinas del horizonte
que
nos impiden ver el final del camino.
Buscamos
el calor de una luz nueva
que
brille muy dentro del alma
para
poder sentir
las
caricias de la belleza
y
el latido del corazón.
Huimos
del terrible silencio
que
condensa la niebla
entre
nuestras incertidumbres
y
nuestras preocupaciones
para
entregarnos a los sueños.
Vemos
el origen de la nobleza
en
el blanco plumaje
del
vuelo de las aguas
que
derraman los cielos,
y
retamos a esa nieve
para
que sea el ave sensitiva
que
rapta los colores
y
ofrece nombre a la pureza
que
cura de la sed y de los miedos.
Cuando
vemos caer
a
los caprichos de las nubes,
sus
coqueteos con el aire y el frío
nos
presentan las páginas en blanco
de
la existencia.
Entonces,
escribimos,
en
esa materia volátil,
la
historia que nos falta
para
completar nuestra vida.
No
hay nada comparable
al
vuelo de un copo de nieve
sobre
el aire que nutre
la
ilusión por seguir viviendo
a
cobijo del frío
que
hiela los sentimientos.
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