AMAZONAS
En
las selvas del Amazonas,
el
verde oscuro tiene el nombre
que
la luz le presta a su vuelo
y
el aire tamiza los tonos
con
una veladura
de
niebla iridiscente.
Las
plantas crecen vigorosas
desde
las venas de la tierra.
Van
buscando la luz
en
las vértebras de los árboles,
en
los semblantes de las hojas
y
en la espalda del viento.
Toda
la selva es un ser vivo
que
respira para nosotros
junto
al rumor de las corrientes
con
que los grandes ríos
arañan
las orillas de la tierra
para
llevar su lodo
al
cauce del señor de las tormentas.
El
río de la selva
es
una metáfora del mundo,
un
alma de vida y de muerte
que
fluye sin cesar
desde
el vientre de América
hasta
los brazos del Atlántico.
Desde
su luminoso
poema
de misterio,
la
verde luz del alma de la tierra
nos
recuerda, incansable,
que
venimos del agua,
del
aire y del barro,
de
todo lo que constituye
el
corazón de la naturaleza
y
de la luz que lo ilumina.
El
estado salvaje de la selva
nos
muestra el verdadero signo
de
la cuna de los humanos
para
que cuidemos la tierra
que
alimenta el presente
y
oxigena el futuro.
El
alma clorofílica
de
todo el Amazonas
se
recoge en un verso
donde
siempre descansa
el
ombligo del mundo.
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