EL
HANAMI DE KYOTO
Cerca
del gran sakura,
el
cerezo que guarda
la
memoria de sus antepasados,
Kyoto
disfruta de su hanami:
la
contemplación de las flores
y
su belleza mística.
Observa
el delicado vuelo de los colores
entre
los aromas de la pureza.
Sus
siluetas componen
una
constelación de estrellas blancas
que
se mueven en una galaxia
de
rosados matices
con
el mismo misterio que su vida.
Su
futuro quizá fuese distinto
si
pudiese cambiar las voces del pasado
o
interpretar su destino
a
través de las flores del cerezo.
Entonces
compondría un haiku de esperanzas
sobre
el manto rosado
que
recubre los parques de su tierra.
Pero
no puede.
La
floración señala el momento preciso
para
plantar arroz: el alimento
que
dará de comer a su familia
y
sentido a su suerte.
El
cerezo es un ser sagrado,
el
alma de los dioses late dentro del árbol.
Como
una delicada lluvia de pétalos,
su
alma cae al suelo antes de marchitarse,
son
alientos teñidos con el rosa
de
la sangre de los samuráis
que
murieron junto a ellos
en
el último instante de su efímera belleza.
La
joven Kyoto sabe que ella es flor de cerezo.
Siente
sobre su piel la caricia del pétalo
que
simboliza el alma de su gente,
y
dispone sus galas
para
la ceremonia del té
con
la luz de una geisha
que
ha de ser fiel a su destino.
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Mariano Valverde Ruiz
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