Permaneces inmóvil, prendida de un suspiro.
Esperas que mis ojos reaccionen
al movimiento preciso con que agitas
todas las emociones que produces
con tu ademán sereno.
Lentamente se entornan tus pestañas
como espigas maduras en verano.
Necesito que viertas
las olas de tus senos ya crispados
sobre la piel que cubres con la sal
de este áspero minuto de silencio,
eterno como el frío que nos lleva.
Permaneces inmóvil.
Yo soy quien suspira.
Y la imagen vacila en la memoria
con el temblor final del condenado a muerte.
(Del libro El fuego del instinto, Ed. Vitruvio)
Todos los derechos reservados.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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