LA CALAVERA
La lluvia golpea con fuerza los cristales de la ventana del camerino. El cielo parece desplomarse sobre las calles con la violencia de una tormenta otoñal que llevaba días creciendo en el aire madrileño. Mara no mira cómo se desliza el agua por los cristales, está intentando centrase en la preparación del momento más importante de su vida. La joven promesa de la canción calienta la voz y repasa su atuendo ajena al estrépito que los truenos generan fuera de las paredes aislantes del estudio de televisión.
-Cinco minutos y a plató-. Tras la puerta del camerino se escucha la voz precisa del regidor pendiente de que los tiempos se cumplan con escrupulosa exactitud.
-Ya va- contesta Mara como si reaccionara ante la punzada de un incisivo rayo. Y sigue hablando en voz baja igual que si junto a ella le escuchase con atención un extraño interlocutor.
-Es la hora. Y los zapatos rojos que no entran... El collar de conchas marinas ¿dónde está? Me miro al espejo en un segundo a ver cómo llevo el maquillaje. Sí. Sí. Está muy bien. Las tonalidades acarameladas me sientan de maravilla. ¿Estaré guapa? ¿Cómo se verá un primer plano de mi cara?
Mara gira la cabeza con inquietud buscando la esquina del camerino donde dejó la pequeña maleta de viaje que ha traído desde Canarias.
-¿Y mi talismán? ¿Dónde he dejado la calavera? Debe de estar en la maleta, acurrucadita entre mis ropas, con sus dos esmeraldas en las cuencas de los ojos, igual que dos pasajes al paraíso. Pero no tengo tiempo de volver a tocarla, de pedirle suerte.
La joven se queda totalmente inmóvil durante unos segundos.
-Nadie conoce mi secreto, la historia y los poderes del objeto que mi tatarabuelo trajo desde una cueva fría y húmeda perdida en la selva africana del Congo. La calavera tuvo que pertenecer a un ser muy importante. Su origen debe remontarse a los orígenes de la creación humana. Sé que sus características no son las de los primitivos habitantes del Congo. Mi abuelo me contó que mi tatarabuelo supo de su existencia por boca de un chamán de la tribu de los Bunga, los hombres silenciosos. Le sucedió mientras exploraba su territorio en busca de minerales preciosos para una empresa Holandesa, en el siglo XIX. Cuando supo de sus poderes, la robó y huyó de la zona; dejó a sus empleados a merced de las fieras; abandonó todo contacto con la empresa para la que trabajaba; y viajó por todo el mundo hasta, ya de viejo, instalarse en la isla de La Gomera. Allí vivió el resto de sus días con una extraña costumbre: visitar el bosque de Garajonay una vez cada semana. Siempre a solas. Antes de morir confió el secreto a su nieto y éste a su vez a su nieto. Y así me enteré yo que la calavera tiene el poder de hacer los sueños realidad. Sólo hay un problema, que han de ser deseos puros, alejados de la codicia y del egoísmo.
Mara recuerda entonces que tuvo la calavera en sus manos por primera vez hace muy pocos meses, justo la semana anterior al día en que se decidió a mandar la inscripción para participar en un famoso concurso de televisión que busca voces nuevas.
-Me atenazan los nervios. Ya tengo todo mi vestuario colocado. El maquillaje perfecto. No me falta nada...¿Y la letra de la canción? ¿Cómo era?...¡Qué nervios!
-Tres minutos- dice el regidor tras la puerta a la vez que da dos golpes con los nudillos en la madera.
-Va. Va. No sé cómo estuve. Pude vender las esmeraldas en el mercado negro, ofrecérselas a algún comerciante hindú, de los muchos que hay en Tenerife y resolver el resto de mi vida. Pero no lo hice. Yo tenía un sueño. Un sueño que se ensanchaba día a día, que crecía conmigo mientras rebañaba platos de potaje, lentejas con chorizo y conejo con papas arrugás. Un sueño que volaba por los tejados mientras hacía boca para la siguiente comida con kilo y medio de chocolate. Yo soñaba con cantar ante muchas personas y pensaba que ese momento llegaría antes cuanto mayor fuese la capacidad de las ollas que vaciaba.
-Dos minutos y a plató- insiste el regidor. Es un hombre joven, moreno, viste vaqueros ajustados y sudadera con las insignias de Mortadelo y Filemón, y ahora ha abierto la puerta. El hombre apremia a Mara para que salga y se coloque en el pasillo de entrada al plató.
-La letra. La letra de la canción. Se me va a olvidar. Tengo que ser natural. Es lo que intuyo que me aconseja la tela de araña que decora el interior de mi calavera, mi fetiche mágico. Seré natural. Comenzaré a cantar y mi voz tendrá el color del melocotón, la esencia del ritmo afro-americano, nada que ver con el registro de mantilla y peineta, que eso ya está pasado. Una última mirada al espejo. Nunca he sido demasiado coqueta. Ni tengo mucho que contar de las andanzas de una moza que se sentía el patito feo de la clase. Sin embargo, en los últimos meses todo ha cambiado. Desde que descubrí mi talismán he adelgazado. Conozco casi todos los remedios para perder peso, las dietas más agresivas, los mejores tratamientos de belleza.
-Treinta segundos.
-Y es que entre la tela de araña de mi calavera vi un poder sobrenatural, el secreto de la luz. Entonces decidí vivir para hacer realidad mis sueños. ¡Vamos allá! Ya sí que no recuerdo nada de la letra de la canción. Se me fue el santo al cielo. Confiaré en mi talismán. Sé que si no consigo triunfar como cantante, lo haré como promotora de productos dietéticos.
Mara sale decidida de su camerino y se dirige con celeridad al plató, donde, en el centro del escenario, le espera un trípode con un micrófono a la altura de la cara. Se coloca en posición, justo delante de la cruz que tiene marcada en el suelo. Cambian las luces de los focos. Una luz verde se enciende delante de las cámaras de televisión. Mara coge el micrófono con las dos manos y comienza a cantar.
La tormenta ha ido adquiriendo el tamaño de una ciclogénesis explosiva. En el exterior del estudio diluvia con una furia desconocida en muchos años. El cielo se quiebra tras el choque de las nubes. Un rayo con la energía de un ciclón cae sobre la antena parabólica de la emisora de televisión, va seguido de un trueno ensordecedor. En los hogares de los aficionados al programa de nuevos cantantes, la pantalla del televisor cambia del color habitual a una arenilla aleatoria en blancos y grises. En el centro de las pantallas comienza a dibujarse una silueta de calavera. Y en las cuencas de los ojos de la imagen, un verde amenazador se abre paso. Los relieves de las dos esmeraldas se distinguen con claridad en medio de un silencio enigmático.
7 de diciembre de 2013
Relatos (Versión reducida)
Todos los derechos reservados.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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