UN PAISAJE DEL SAHARA
La
mañana ha emergido tras los montes
para
dorarse en la lumbre cobriza
de
un Sol contemplativo
que
tiene la piel moteada
por
la arena del desierto.
El
paisaje descansa
dentro
de una hornacina
de
seda pura,
igual
que la tela bordada por su madre
donde
apoya las piernas
el
hombre de los dromedarios.
Los
recuerdos y las imágenes
buscan
en el pasado
sus
señas de identidad
como
el aire vuelve a las dunas
para
rehacer sus formas.
El
valle de su infancia
toma
forma en el centro de la imagen
que
el tuareg reconstruye en su mente
cuando
cierra los ojos.
Un
niño alegre
acompaña
a los insectos
por
las acequias y los caballones
que
riegan el oasis
con
el agua del pozo.
Disfruta
con sus vuelos por el aire
igual
que un verano de fuego
juega
con el futuro de su gente
a
la sombra de las palmeras.
Su
nueva vida le sorprende
con
las manos en el turbante
y
los sueños de infancia
entre
los tallos de hierba
que
agita el aire
al
pie de la palmera
que
se alza al cielo tras su espalda.
Es
el mismo paisaje
que
le vio partir hacia otras fronteras
para
buscar una salida
a
su naturaleza nómada
cuando
la vida le mostró
el
lado más oscuro
de
la realidad.
Ahora,
reza
a la salida del sol
con
la esperanza de que el mundo
se
convierta algún día
en
un lugar más habitable,
donde
poder sentir la esencia
de
un hombre libre
que
viaja por la tierra
disfrutando
de lo que tiene,
y
viviendo sus tradiciones
sin
hacer daño a nadie.
Todos los derechos reservados.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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