EL
OTOÑO Y LAS HOJAS
El
primer otoño sin poetas
fue
tan extraño como una estación vacía
por
la que pasa el tren sin detenerse.
Desde
las cornisas del aire,
descendieron
al suelo
las
hojas de los árboles,
igual
que lágrimas
con
el peso de la melancolía
que
buscan su consuelo
en
el abrazo con la tierra.
Los
colores cambiaron sus ropajes
y
se olvidaron de la luz
para
transformar el volumen
que
emula a la esperanza
en
el óxido de la muerte.
El
viento trajo su corona
de
nubes tormentosas
y
derramó la textura del agua
como
un suceso imprevisto
por
la agenda del hombre.
Las
ramas desnudaron sus cortezas
ante
los ojos asombrados
de
quienes no sentían
el
sonido armonioso de las hojas
al
deslizarse por el aire
y
recubrir la tierra.
Ya
no había quien viese en el otoño
el
triste declinar de su energía
y
una estación abierta
en
la que preparar el alma
para
el último viaje.
Ni
tampoco entendieron
que
la naturaleza
pone
ante la mirada de los hombres
una
oportunidad para alejarse
de
todo lo que no nos sirve
para
dar verdadero contenido
a
lo esencial de la existencia:
a
las raíces y a los troncos
que
nos mantienen vivos.
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MARIANO VALVERDE RUIZ (c)
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