LA
MORADA DEL HUMO
Los
incendios se extienden por el mundo
como
una plaga milenaria
que
amenaza la vida
con
su lengua de azufre.
Devoran
a los árboles,
a
los animales cautivos,
a
los hombres que buscan libertad,
a
las musas perversas,
a
los druidas del tiempo,
a
todo lo que no es materia inerte
y
también a las nubes.
El
fuego acecha tras cada paisaje
como
un vil desalmado
para
hilar su venganza
sobre
el reducto de los hombres
que
no cantan a la belleza.
Espera
su oportunidad
agazapado
en la hojarasca
para
convertir en ceniza
la
esmeralda del bosque,
las
casas de papel
y
los cuerpos de porcelana
que
viven mirando hacia fuera.
El
fuego nunca tiene escrúpulos
para
quemar los corazones
de
todos los humanos
que
no aman a la luz de sus conciencias.
Pero,
más allá de la sombra
que
producen sus llamas,
no
arden los sentimientos
de
algunos seres nobles.
Ni
las palabras hechas de aire
que
buscan en el cielo
la
morada del humo
para
convertirla en escarcha.
Ni
la fuerza del viento
que
arrastra la lluvia
que
rocía de nuevo el bosque
para
que germine la vida.
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