AROMA
DE TOMILLO
En
algunas regiones
ocultas
a los ojos
por
las formas agrestes de las rocas
que
separan al bosque
del
resto del planeta,
se
genera un aroma
de
tomillo salvaje
que
perfuma a la brisa
con
la esencia del mundo.
Cada
día, ese aire puro
viaja
hasta las aldeas
con
su tesoro verde
de
aromas primitivos,
como
un pájaro viejo
que
porta la luz de la tierra.
Se
precipita desde lo más alto
hasta
las nervaduras de las calles
y
envuelve todo lo creado
igual
que un germen de esperanza,
como
un hermanamiento
entre
el oxígeno y las cosas
que
definen al mundo.
Pero
allí se confunde
con
el asfalto negro
y
su poder contaminante,
con
el humo del vértigo
que
genera la vida
y
con los vapores del miedo
a
una muerte imprevista.
Entonces
hay quienes buscan
el
origen del aire
para
poder calmar sus ocultos temores
con
la verdad del cosmos,
como
si su felicidad
dependiera
de todos los abrazos
que
la brisa propone,
y
su luz dependiera
de
respirar la esencia del origen del mundo.
Se
acuerdan de cuidar lo más sagrado
para
permanecer junto a las raíces
que
alimentan las hojas del tomillo,
enlazan
sus anhelos
con
la filosofía de la naturaleza
y
confían en que la muerte
pase
de largo
entre
los árboles del bosque
durante
un día más.
Pero
hay otros que olvidan
los
aromas del tomillo
mientras
persiguen las estelas
que
dibuja entre el humo
un
codicioso lápiz de oro.
Nunca
sabremos quienes
serán
los que salven al mundo
cuando
ya no queden tomillos
que
perfumen al aire.
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