CAMINO
DE TABARCA
El
puerto de Alicante
había
quedado a lo lejos
en
la senda hacia la isla de Tabarca.
La
silueta del barco y nuestras ilusiones,
navegaban
un mar desgajado del cielo
en
el que los azules jugaban con las olas
y
eran pura metáfora de la vida.
Miramos
el paisaje compartiendo su luz,
con
los ojos perdidos en el claro horizonte
que
habríamos de ver en los próximos días
para
seguir sintiendo las alas en los ojos.
No
pensamos en la certeza
de
su efímero brillo,
ni
en la fugacidad del tiempo
ni
en que todo termina.
Disfrutábamos
el instante
a
pesar de que el sol mediterráneo
continuara
su tarea milenaria
sobre
la superficie de las aguas,
evaporando
los azules
y
las esencias de los besos.
Más
tarde,
el
viento de la vida nos pondría a prueba,
como
a dos navegantes de fortuna
que
retan al destino.
Pero,
en aquel momento,
no
existía otra luz que nos cegara,
ni
remota presencia de la sombra
que
se lleva las ilusiones
al
terreno de la realidad.
Todo
era bello, iridiscente,
y
la felicidad
se
definía en los reflejos
que
rozaban tus labios
con
tonos de luz azulada,
aquel
temblor ingrávido
que
hacía del deseo un caníbal mutante.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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