La
luz adquiere tonos de ceniza
sobre
la etapa añeja de los primeros años,
configura
un paisaje de sombras afiladas
por
las necesidades. Los ocres estivales
se
fundían con los sienas del otoño
dando
paso a inviernos de almendras y tocino
que
acababan soñando en primavera
con
verduras silvestres. Los colores
se
repetían junto al denso humo
que
manchaba de hollín la chimenea.
No
envidiaba otras cosas porque no las había.
Entre
luces y sombras se configura un marco
de
límites difusos: el paisaje del valle
donde
compartí tierras de barbecho
con
la necesidad de traspasar las nubes.
Hoy
todo permanece en una nebulosa
en
la que soy incapaz de distinguir
los
perfiles del niño que vivió aquellos años.
La
memoria permite el deterioro
de
lo que fue alegría o sufrimiento
dejando
simplemente una mueca de vida.
(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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