LAS FUENTES DEL ORINOCO
Reside
entre los brazos de la selva
como
los hijos de la bruma.
Conoce
las siluetas
del
Sol y de la Luna
tanto
como las formas
de
la vivienda comunal
donde
comparte lo que tiene.
Las
plantas y los árboles
tienen
pocos secretos
que
oculten sus vivencias
entre
las ramas y las raíces.
Por
las noches,
recuerda
las leyendas
que
contaban los viejos,
las
antiguas historias
de
los hombres de lumbre
con
penachos de plata
que
subían por el gran río
con
serpientes de trueno.
Es
agua dulce, agua cristalina
como
la que cae del cielo,
como
la que se nutre
de
las fuentes del Orinoco,
una
mezcla de sentimientos
que
depura la vida
de
todas sus remotas impurezas.
Y
desde las entrañas de la selva,
se
mueve por el río
como
un gran manantial
de
aguas purísimas
que
cumplen con su ciclo vivencial
e
inician su gran viaje
hacia
la inmensidad de los océanos
que
nunca conocerá.
El
joven yanomami
es
una gota de esa misma agua
que
impulsa la corriente
hasta
más allá del horizonte.
Sabe
que allí, en lo más profundo
de
la oscuridad de la selva,
donde
reina el verde absoluto,
termina
el viaje.
Mientras
tanto,
encuentra
entre los mitos
y
en su relación con la selva,
su
verdadera forma de vida.
Asume
el cometido
que
le ha sido asignado
por
la naturaleza
en
su pequeño mundo.
No
tiene miedo a lo que pase
cuando
el misterio eterno
separe
sus partículas de barro
y
las convierta
en
oscura materia del olvido.
Entonces
se unirá
a
sus antepasados
para
fortalecer a los que viven
de
espaldas a la muerte.
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