FINISTERRE
Está
de espaldas al pasado
y
de frente al final del mundo.
Desde
lo alto de una escollera
mira
la línea del horizonte
igual
que una frontera inalcanzable.
Cada
vez que camina
ve
esa línea más lejana.
Escucha
en su interior
el
sonido de una flauta.
Sus
enérgicas notas
se
balancean sobre las aguas
con
viejos ritmos celtas.
Reconoce
esa magia.
Es
la melodía del bosque,
de
la naturaleza,
de
las leyendas exotéricas
y
de los secretos biorritmos
que
incentivaron su imaginación
a
lo largo del tiempo.
Ha
transitado a solas
por
los caminos de la vida.
También
ha compartido
lo
poco que posee
con
los peregrinos del mundo.
Ha
regalado, sin mirar a quién,
algo
de pan y amor.
Ahora
habla consigo mismo
como
si fuese otra persona
quien
le escucha.
Y
lo hace en un idioma
que
ambos conocen.
En
los últimos años de su vida,
ha
intentado hacer ver a los demás
que
creyendo en sí mismo,
con
constancia y esfuerzo,
se
pueden vencer las adversidades,
como
él ha hecho.
Mira
su imagen en el agua
y
siente cómo se alza su mensaje
sobre
la espuma de las olas.
Lo
ve reflejado en el rostro
de
quienes leen sus consejos.
Y
respira aliviado
porque
ahora tiene sentido
todo
el esfuerzo dedicado
a
plasmar en palabras
su
paso por la vida.
Sobre
el espejo de las aguas
hay
una imagen cansada
que
diluye su sombra
en
la sal del Atlántico
y
el dolor de los hombres.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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