ARENAS DE CABO VERDE
Sabe
que vive sobre el fuego
como
una marioneta
a
merced del destino y de las fuerzas
con
las que la naturaleza
sorprende
a los humanos.
También
sabe que duerme
sobre
la tierra imprevisible
de
una isla volcánica,
lejos
de la gran costa
del
relieve africano.
Camina
sobre los rescoldos
del
rojo incandescente
que
fue forma en la tierra
y
que se convirtió en materia
de
los hermosos montes
y
de su propia sangre.
Siente
los ritmos de la música
a
la que llaman Morna
como
un fado o un lamento
del
corazón del mar.
Comprende
esos latidos dulces
que
cantan al amor,
al
sufrimiento y a la nostalgia.
Llora
cuando los sentimientos
le
llaman a la insurrección
contra
todas las imposturas.
Lo
hace con la misma entereza
con
la que mira a los misterios
de
la cultura criolla.
Dibuja
el trazo de las letras
de
la palabra vida
sobre
la arena húmeda.
El
mar borra sus huellas
y
los trazos de la palabra
con
la misma celeridad
con
que los años
borrarán
su memoria.
Vuelve
a trazar las mismas letras
con
la fuerza de un náufrago
que
se agarra a la arena
para
afirmar su esencia
y
su forma de ser un africano.
Las
olas vuelven a cubrir
con
su lengua de olvido
las
huellas de su vida.
Lo
intentará de nuevo.
Ni
siquiera la sombra de la muerte
borrará
de sus ojos
la
ilusión del primer intento,
y
la tenacidad
para
volver a alzar su vida
una
y otra vez
sobre
las arenas de Cabo Verde,
sobre
las aguas del Atlántico,
sobre
el aire del hemisferio,
sobre
la luz del cosmos.
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