SUITE DOMINICANA
Se
pregunta por el sentido
de
la estética literaria
frente
al Alcázar de Colón
tras
un paseo por Santo Domingo
con
la diosa de la belleza.
No
posee palabras
que
puedan describir todo el contraste
que
produce la comparación
entre
las curvas de su diosa,
el
color de las aguas del océano,
la
exuberancia de los cielos
y
las formas renacentistas
de
un palacio sin poesía.
Sabe
que la belleza
está
en el equilibrio de las formas,
pero
también reside en el contraste
de
aquellos elementos
que
dan consistencia al conjunto.
Y
por eso une las palabras
con
espíritu creativo.
Lo
que persigue no es una utopía.
Tan
solo quiere
encontrarse
de nuevo
frente
a frente con su mirada,
ver
en sus ojos
todo
el fulgor de la aventura,
esa
fascinación antigua
por
burlar la parálisis del tedio
y
perderse en los laberintos
que
crean los espejos
como
un chacal del mundo.
Quiere
sentirse libre
y,
sin nada que lo detenga,
poder
reanudar
la
senda de la vida
viendo
en una mirada
todo
el Caribe,
oliendo
en cualquier flor silvestre
todos
los perfumes del cosmos,
saboreando
en cada beso
la
naturaleza salvaje
que
late en lo más oculto
de
la diversidad y del misterio
que
describen a todas las mujeres.
Poco
sentido posee la estética
que
pueda tener un poema
si
no hay en él un pálpito,
si
no está escrito con la ilusión
de
convertir cada momento
en
un templo fugaz de la belleza.
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