LO
QUE NADIE RECONOCE
Entre
los habitantes de los bosques
hay
una vieja costumbre
que
nadie reconoce.
Muchos
cultivan la afición
de
observar sin ser vistos.
Procuran
mantener intacta
la
virtud de un espectador
para
quien no cuenta el reparto
de
los roles del mundo
ni
va con él el argumento
de
la ópera viva del hombre.
Lo
que importa es la imagen,
distante
y divertida,
que
hay tras la pantalla,
el
humo que no ensucia,
la
trampa inofensiva y perversa
de
la que otros son víctima,
el
hechizo de dagas
que
nunca alcanzará al observador.
Lo
que cuenta es pasar el rato
con
ese realismo sucio
que
enturbia las conciencias.
Mientras,
crecen las amapolas
sin
que nadie las mire,
se
escuchan los silencios
de
las palabras bellas,
se
pudren las metáforas
que
no crecen por dentro,
o
hay coronas de fuego y vanidad
que
arrasan la memoria
de
todo lo escrito.
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