EL
DESCONSUELO DE NÁUCRATE
El
sol ha derretido las alas de su hijo Ícaro
y
el lecho del mar acoge su cuerpo sin vida.
Ahora,
las manos de Náucrate
buscan
en todos los portales
de
la isla de Creta
el
vacío que deja el hueco de la noche,
quieren
tocar la sima donde yace
el
fruto de su amor.
La
desesperación alimenta su búsqueda,
palpa
la negritud de los espacios
que
la alejan de lo imposible
y
se apoya en los muros
sin
mancillar las piedras.
Camina
con su alma por el suelo,
ausente,
como sombra de las lágrimas
que
brotan de sus ojos.
Un
reguero de rosas troceadas
decoran
las facciones de su rostro.
La
expresión silenciosa de su gesto
marca
todos los límites
de
su desgracia.
El
dolor se reencarna en su piel,
en
las rosas, el cielo, el mar y el infinito.
La
noche, inalterable, no ofrece más consuelo
que
el frío que deja al borde de sus manos
como
una tumba gris de sal marina.
(OTRA REALIDAD)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)
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