EL MAGO DE NOGALTE
El ingenio y la
capacidad de supervivencia de los nacidos bajo La Fortaleza del Sol, no tiene límites. La vida de Gervasio es un
ejemplo de que los poderes ocultos de la mente, algo que pocos se atreven a
explorar, puede cambiar el rumbo que el destino tiene trazado para cada uno de
nosotros.
Durante los primeros
años del siglo XIX, la ciudad de Lorca se vio afectada por muchas calamidades.
El 30 de abril de 1802, la rotura del pantano de Puentes destruyó la parte baja
de la ciudad, la llamada Puerta de San Ginés y casi todo el arrabal de San
Cristóbal. Después siguieron los tiempos de sequías, una epidemia de fiebre
amarilla, los efectos de la Guerra de la Independencia contra los franceses, la
desaparición del comercio de la barrilla, hambre, desesperación y despoblación,
factores que fueron mermando las oportunidades de sobrevivir de una población
abatida por la miseria.
En ese contexto vivía
Gervasio, un hombre que a pesar de todo, intentaba conservar un saludable
sentido del humor y una visión positiva de las cosas. «No hay mal que cien años
dure», solía decir. Poseía una inteligencia natural, no había tenido
posibilidad de cultivar su mente pero explotaba los recursos que esta le
ofrecía para ganarse el sustento diario. Cuando le preguntaban cómo se las
apañaba, solía decir: «Cualquier cosa puede estar a tu alcance, solo tienes que
utilizar la parte de tu mente que tienes inactiva». Y si le insistían en que
cómo se podía hacer, sentenciaba: «puedes hacer que llueva con solo pensarlo».
Muchas fueron sus
ocurrencias y las situaciones que pusieron a prueba su ingenio. Hasta nuestros
días ha llegado una de ellas, una historia que fue pasando de boca en boca,
contada por los más viejos de la calle Nogalte, a quienes, a su vez, se la narraron
sus antepasados. Teniendo en cuenta que pudiera haberse trastocado algún
aspecto de los hechos originales, pero dado que la esencia de lo que se cuenta
puede ser de interés para muchas personas que atraviesen etapas difíciles en su
vida, voy a relatar los hechos tal y como los he conocido.
Cuentan que Gervasio,
igual que había hecho durante los siete días anteriores, había dispuesto su
tenderete en la acera que conduce hasta la entrada al templo de San Francisco.
Había colocado una silla de anea y, frente a ella, un taburete cubierto por una
tela de tejido verde y ribetes dorados. Se había acicalado el único traje negro
que poseía y se había ceñido una especie de turbante alrededor de su cabeza,
que había confeccionado con una sábana blanca que había cortado en tiras. Sobre
la tela que cubría el taburete, había colocado un mazo de cartas de la baraja
española. Cuando vio llegar a los posibles primeros clientes del día, comenzó a
hablar:
—Nadie conoce el poder
de su mente. Nadie sabe de lo que es capaz hasta que no tienta al destino,
hasta que no se pregunta hacia dónde va o qué le depara el futuro. ¿Sois vos,
quizá, alguno de esos hombres?
Varios curiosos se
acercaron hasta su improvisado puesto de venta y le preguntaron que qué
ofrecía.
—Os ofrezco la
posibilidad de que conozcáis los peligros futuros para que podáis evitarlos.
—¿Y qué peligro puedo
tener ante mí? —Preguntó uno de ellos.
—Por una moneda de buen
metal, lo conocerás.
—¿Caro lo vendéis?
—Dijo el otro.
—¿Acaso no vale más
vuestra vida? —Contestó Gervasio.
—Ahí está mi moneda
—dijo el primero mientras la lanzaba sobre el taburete. —Pero, si me engañáis,
os vais a arrepentir toda la vida.
Gervasio lo miró
directamente a los ojos con toda la dureza que fue capaz de proyectar. Luego
suavizó su expresión y dijo:
—Todo depende de vos.
¿Tenéis confianza en vuestra mente?
—¿Mi mente? ¿Qué es
eso?
—Vuestra cabeza, señor.
Solo utilizamos una pequeña parte. Hay infinidad de cosas que desconocemos. El
poder de vuestra mente no tiene límites, solo es necesario que sepáis buscar en
ella y extraer su benéfico rendimiento.
—Extraña forma de
hablar. Pero, bueno, se me ocurre pregúntate si podré hacerme rico.
Gervasio comenzó a
barajar las cartas, separó tres de ellas y las colocó boca abajo formando un
triángulo. Después levantó una de ellas y la puso boca arriba.
—El as de bastos. Si
meditáis profundamente sobre vuestra voluntad para afrontar los retos, veréis
que poseéis una gran fortaleza que os hará afrontar con éxito la idea que
tenéis en mente.
El hombre se sorprendió
al escuchar aquello. Había pensado montar un negocio para curar pieles y
venderlas fuera de Lorca. Gervasio levantó la segunda carta.
—El tres de copas.
Deberéis pedir prestado parte del dinero que necesitaréis para el negocio que
deseáis, pero una vez puesto en marcha, os lo compensará con creces.
En ese momento, una
dama que llevaba su cabeza cubierta con un pañuelo negro, caminaba hacia el
templo y se acercó al grupo con curiosidad. Gervasio levantó la tercera carta.
—El dos de espadas. Tendréis
que vencer a dos duros adversarios: la incredulidad de vuestra familia y
vuestro apego a la holganza. De usted depende. Crea en usted y alcanzará su
objetivo.
El hombre se quedó muy
pensativo.
—Cierto. Son los dos
temores que me paralizan. ¿Cómo lo ha sabido?
—Del mismo modo que sé
que la mujer que nos está observado siente un tremendo dolor y busca consuelo
en la intimidad de la iglesia a la que acude todos los días a esta hora.
La dama se alteró
visiblemente y reinició su camino hacia la puerta de San Francisco. El hombre
que había preguntado a Gervasio, dijo al otro:
—Puede que algo mágico
ampare a este hombre. Bien vale lo que le he dado.
Los dos hombres se
alejaron mientras compartían sus pensamientos acerca de lo que acababa de
ocurrir.
Transcurrieron más de
dos horas desde que la dama desapareció por la puerta de la iglesia hasta que
apareció de nuevo y fue caminando lentamente hasta donde se encontraba
Gervasio, que estaba, aparentemente, en estado de profunda meditación.
—¿Puedo preguntarle algo,
buen hombre?
—Una moneda de buen
metal vale mi palabra.
La mujer sacó una
moneda de su bolso y la colocó sobre el taburete. Y luego preguntó:
—¿Cuándo desaparecerá
mi dolor?
—Tomad esa moneda que
habéis dejado. Cerrad el puño con todas vuestras fuerzas e intentad mantenerlo
cerrado. Antes de que se escuche la siguiente campana del reloj de la iglesia,
la mano se os abrirá y la moneda caerá sin que podáis evitarlo.
La dama hizo lo que
Gervasio le pedía. Al poco tiempo, sus dedos se abrieron como los pétalos de
una flor que no puede vencer a las fuerzas de la naturaleza, y la moneda cayó
sobre el taburete.
—Lo veis, vuestra mano
no os ha obedecido. El poder de la mente ha conseguido que penséis en otra cosa
hasta que el dolor en vuestra mano ha sido más grande que el de vuestra alma.
Ya no tenéis dolor. ¿Verdad?
—No. Ya no me duele
dentro. Parece cosa de magia. No lo entiendo. Pero quizá después vuelva el
dolor. Estoy segura. Y entonces, ¿Cómo podré evitarlo?
—Cada vez que sintáis
ese dolor que os angustia, colocad una moneda en vuestra mano y presionadla
como os he enseñado. Pensad en mí, estéis donde estéis, notaré vuestra llamada
y acudiré en vuestra ayuda. Pero, además, debéis hacer algo más.
—¿Algo más? —Preguntó
la dama con inquietud.
—¿Recordáis al hombre
que estaba consultándome cuando llegasteis? Buscadle y decidle que el año que
viene, por estas fechas, le esperaré aquí para que me entregue la mitad de la
fortuna que va a ganar con su negocio, deberá venir de vuestra mano. Que crea
firmemente en lo que digo, porque si no, jamás va a ver el día de sus alabanzas
porque el miedo al poder de las fuerzas ocultas, le consumirá.
Una vez pronunciadas
aquellas palabras, la dama se alejó tras asegurarle que así lo haría, que
descuidara, que procuraría que el hombre regresara y cumpliera con sus
demandas.
Con el paso del tiempo,
Gervasio fue comprobando cómo sus predicciones se iban cumpliendo de una u otra
forma y que, además, en su bolsa jamás faltaban monedas para vivir dignamente.
Él mismo comenzó a creer que el poder de la mente obra los milagros más
peregrinos, y consigue los objetivos que cada uno se proponga, siempre y
cuando, los demás también lo crean.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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