LA
MAESTRA DE EL TORNO
El fotógrafo nos ha ordenado
que nos quedemos quietas y aquí estoy, junto a mis alumnas, con las espaldas
hacia el muro, esperando el momento exacto en que nuestras imágenes queden
detenidas en el tiempo para siempre.
Ellas lo saben, es su instante
de eternidad, de gloria. Miran con extrañeza hacia el objetivo que les apunta
con un haz invisible de luz enigmática. No son conscientes de que también están
de espaldas al muro de piedras desgastadas y mohosas que hace pocos años cobijaba
las balas de la barbarie. Y ese muro enmarca hoy sus inocencias, sus incoloras
tristezas, los cuerpos que crecen hacia un futuro incierto y resignado. ¿Si
pudiera conseguir cambiar su rumbo? ¿Si pudiera sembrar en ellas una brizna de
rebeldía, una actitud beligerante contra el sometimiento y el papel que la
educación de posguerra dicta para la mujer? ¿Si pudiera…?
La guerra, las trincheras,
los bombardeos y las violaciones, terminaron hace pocos años, pero ahora la
oscuridad es aún más completa, se adhiere a mi garganta con el frío del aire de
la sierra. No quiero que mis niñas sepan que puedo sentirme más triste que
ellas. Se lo debo. Yo no me resigno. No tengo más medios que mi palabra, mi
fortaleza, mi cariño… Debo extraer de sus ojos esa tristeza segregada que les
aísla del camino hacia la felicidad. Debo enseñarles las letras, los números,
las cuatro reglas… ¿Si pudiera enseñarles a ser libres, a mantener una lucha
silenciosa contra la sombra gris de estos años cuarenta?
El fotógrafo vuelve a decir
que nos quedemos quietas, y su voz imperativa hiela la sangre, se une al miedo
con un hilo de escarcha. Siento las respiraciones contenidas de mis alumnas
como si su vida se detuviera en este instante. Su horizonte es limitado, igual
que el gris de los perdedores, queda atrapado en las aulas del régimen. Y no
quiero renunciar a una morada digna, a un espacio de igualdad que tenga los
colores de este valle. Tal vez pueda revestirme con una piel de castaña y dejar
entre las piedras de ese muro que nos contempla, la semilla de una mujer nueva.
Algún día, esa semilla será un árbol que dé sombra a nuevos hombres. Y tal vez,
el brillo de las aguas del Jerte se lleve la tristeza de estas laderas hasta un
pantano sin compuertas: el de la esperanza. Contengo la respiración y sonrío.
Ellas aún no pueden seguirme. Pero lo harán.
MARIANO VALVERDE RUIZ ©
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