UN CUENTO EN CAFÉ
STEVIA
La tarde que lo vio en
el escaparate de la librería Da Vinci, no intuyó que aquel segundo separaría su
vida en dos mundos diferentes. Sus ojos regresaban de las nubes que anunciaban
un gris amenazante por encima de la Fortaleza
del Sol y se posaron en el expositor por curiosidad, para ojear los títulos
de las novedades del mes. Era viernes, las noticias la habían puesto sobre
aviso de que se acercaba un fin de semana muy frío y pensó que sería ideal para
dejarse llevar por las páginas liberadoras de una historia que la alejase de su
realidad. Y sin embargo…
Ese fin de semana, las
horas fueron pasando al ritmo de los capítulos. Fue de sorpresa en sorpresa. De
emoción en emoción. Le estaban hablando a ella, directamente al rincón inconfesable
de su alma, al único sitio que era suyo, su refugio, su atalaya… Descubrió el
tacto de la piel que había dejado huellas de vida en cada palabra. Le vio con
claridad. Y tuvo miedo. Un miedo que se convirtió en angustia al darse cuenta
de la terrible hipocresía en que habían transcurrido sus años. Lo que siempre
creyó que era amor había sido comodidad, lo que pensó eran encuentros y
confianza tan sólo eran un desahogo para seguir caminando. ¿Dónde estaba su
verdadera forma de ser? ¿En qué se había convertido? Aquellas palabras la
sacudían, la desorientaban, la confundían, y sin embargo, tenían la fuerza
necesaria para romper su coraza y dejar aflorar las lágrimas como una escarcha
de sentimientos que la dejaba expuesta, permeable, indefensa…
Ya casi al final del
libro, recordó algunas palabras que la habían atado a la rutina y condenado a
no crecer. Alzó los ojos al frente y los perdió en la distancia. Luego siguió
leyendo y las palabras fueron penetrando en su alma como azuladas olas que mansamente
construyeron una playa en la que dejar reposar su cuerpo desnudo. En el último
párrafo supo que las palabras del final estaban escritas en la pared del Café
Stevia, y que, como en un buen cuento, se las lleva el viento mientras su
esencia es fortaleza en el aire.
Alguien que había
puesto su vida en palabras había conseguido enamorarla sin haberla tocado. Era
un ser que había salido desnudo a la calle, exponiéndose a los elementos, sin
preocuparse de que otros pudiesen justificar sus propios errores achacándoselos
a los demás, y estar entre ellos. Alguien sincero, que era lo que ella más
valoraba. Y ahora, en el interior de la cafetería Stevia, con los ojos elevándose
otra vez hacia las nubes por la escalera ondulada que sale de la taza, dispuesta
a cambiar su rumbo, ve cómo las palabras de su vida pasada se las lleva el
viento del olvido tras el café del lunes por la mañana.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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