RUTA DEL ARGAR (ETAPA
2)
Zarcilla de Ramos-La
Encarnación
El sol ha salido sobre
las tierras altas de Lorca y trae un tono peregrino al paisaje. El viajero sabe
que el camino le espera y se prepara para realizar la segunda etapa de la Ruta
del Argar, una senda que forma parte del camino Lorca-Santiago de Compostela.
Levanta los ojos y ve cómo queda atrás el pueblo del tío Ginés El correos, un personaje entrañable de
Zarcilla de Ramos que a mediados del siglo pasado creó la línea de autobuses de
las diputaciones altas. El viajero se ajusta la ropa al cuerpo, coloca una
gorra sobre su cabeza y echa a caminar, tiene delante una jornada que le
llevará hasta La Encarnación.
A los pocos kilómetros
encuentra un caserío, el Rincón de los Carranzas. El camino, que sigue por las
diputaciones lorquinas, le lleva a las casas de Don Gonzalo, una finca que en
su origen fue el mayorazgo de Don Gonzalo Musso Muñoz, más tarde del Marqués de
la Hermida y después del Marqués del Bosh de Arés. El viajero contempla el colorido
de los campos, los ocres terrosos y los verdes vitales que lo decoran y le van
llevando al otro lado de la carretera.
El viajero continúa por
los senderos que conducen a Doña Inés, otra diputación lorquina, vinculada a la
historia de Coy. Reposa, bebe agua y percibe en el aire el aroma de unas
costillas de cerdo adobadas en vinagre, orégano, pimentón y aceite. Con el
hambre adormilada, sigue su camino hasta vislumbrar el término municipal de
Caravaca de la Cruz y respira satisfecho porque ya ve cerca el destino final de
la jornada.
El cansancio del día va
haciendo mella en el ánimo cuando se acerca a La Encarnación, allí tendrá
parada y fonda para recuperar fuerzas. El viajero contempla el horizonte mientras
recuerda que ha oído hablar de El
Estrecho de la Encarnación. Le han contado que es un lugar cargado de
historia. La Cueva Negra, la Placica de Armas, Los Villares, las canteras
romanas y la ermita de La Encarnación, son lugares que no hay que perderse. En
la zona hay restos del paso de neandertales, íberos, romanos y árabes. La flora
y la fauna tienen una vitalidad que es alimentada por las aguas del río Quípar.
Y la belleza de las construcciones geológicas es admirable.
Mientras descansa, el
viajero se deja atrapar por verdes azulados, ocres anaranjados, tierras tostadas,
y una variada paleta de colores relajantes. También deja que sus ojos caminen
junto a una hormiga que arrastra una hoja. El rumor del río Quípar le hace
pensar en la siguiente etapa, en la luz mediterránea, en el encuentro con la
tierra y con él mismo. Y tal vez con los recuerdos que le hicieron pensar que
haciendo camino se aprende a caminar.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©