NIEVE
Tal
vez tuviese tan solo cuatro años cuando vi nieve sobre la tierra por primera
vez. No estoy seguro de la edad, pero recuerdo la sensación que me produjo
aquel hecho extraordinario y nada común en los parajes de mi infancia. Era un
blanco inmaculado, un símbolo de pureza, algo de una belleza inigualable. Sin
embargo, no todo lo blanco en un color. Blas de Otero lo sabía, no porque
escribiese versos, sino porque sentía más allá de lo que expresaban sus
palabras, o más allá de lo que entendían quienes leían sus textos. Hablaba de
que los árboles volverían a brillar, de que los pies desnudos volverán a pisar
los arroyos que llevan el agua de la libertad. E imaginaba que, al otro lado
del río de la vida, las amapolas lucen sobre la tierra fértil donde lo blanco
fue nieve y no una piel manchada por la codicia, el odio o la miseria. Todo
parece diferente cuando la poesía vuela sobre las cosas, entonces las convierte
en símbolos y en presencias que acompañan a los sueños y los acercan a una
realidad social más tolerable. Y así, cada color adquiere una nueva dimensión.
Se convierte en el espacio que interpreta nuestra forma de ver las cosas con un
sentido más ético.

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