COMO UN CUENTO
Con letras, puntos y comas se describe una casa, un campo, un paisaje sediento, un arrecife imaginario, se viste de hojas a un bosque, se imita el vuelo de un pájaro y hasta es posible levantar del suelo el ánimo maltratado por la realidad de un pobre contador de historias. Chéjov habría dicho de esa voluntad creativa que tienen las letras una frase convincente, algo así como que cada rasgo que deja la pluma sobre el papel es un surco en la tierra de la estepa. Y ya se sabe que, si tras arar la tierra no se siembra, de poco sirve el trabajo. Por eso siembro la memoria. Intento recordar y no encuentro las palabras precisas para describir cómo era la casa donde nací. Tal vez estaba formada por un dormitorio, un salón al que daba la puerta de entrada y una cocina con chimenea. También había una escalera que subía a las cámaras donde se guardaba el grano, la portezuela del palomar y las cuadras. No había aseo. De las paredes colgaban candiles. Tres pequeñas ventanas servían para ventilar y ahuyentar la oscuridad de su interior. Las paredes eran recias, estaban levantadas a base de piedras ensambladas con argamasa, barro, arena y yeso. Además de guarecer de la lluvia, servían para aislar del frío en invierno y del calor en verano. Junto a la casa había un porche y un aljibe. Y así seguiría añadiendo detalles como si de un cuento se tratara, pero estaría decorando una realidad simple y austera.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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