ABEJA
Parece algo insignificante pero no lo es. Tiene la importancia de lo auténticamente necesario. Hay una mínima luz en el instante en que una abeja vuela alrededor de una flor. En los pétalos se refleja el color del amanecer, las hojas de la planta y las vibraciones de las alas con que el pequeño insecto horada el aire. Quiere beber en la flor y en su naturaleza para saciar la sed con que el mundo espera su milagro. La flor tiembla. Su galanteo estremece al aire. Se enciende el brillo nacarado de la luz. Se escucha el zumbido de las alas. Hay un gesto urgente en las patas del insecto. Y se hace presente una eternidad que sueña con ser abeja junto a la flor de la vida. Todo parece como un sueño. El deseo de alguien que quiere volar. La ilusión de quien agita sus alas para alzarse sobre las cosas. Es una nueva aventura, una forma de escapar de la realidad asfixiante que le atrapa. Y los ojos de un niño se van tras una abeja, siguen su vuelo, observan la pericia con que reta al aire para mantenerse sobre la belleza. Y quieren imitarla.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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