MISTERIO
Hay un misterio en la flor del almendro que busca el aire cada febrero. Esa flor viene a la luz desde las raíces, huye de un invierno que aún está presente y amenaza con sus frías madrugadas, y con sus cuchillos de escarcha. Esa pequeña flor es un corazón secreto, el alba del fruto, la vibración de la tierra, una melodía que busca la luz para ser pura presencia de la belleza. Los ojos recorren las imágenes que llegan a la memoria, son el recuerdo del almendro en el blanco rosado de los pétalos. El misterio sigue presente en cada flor, en cada instante en que la luz se muestra esquiva sobre la seda de los pétalos. Tal vez sea el reflejo de una antigua mirada sobre los almendros que se alzaban junto a los caballones que delimitaban los bancales, aquellos árboles que adelantaban la primavera junto a las acequias, los que daban sombra a las acelgas, a las retamas y a los hinojos. Durante unos días, daba la impresión de que las nubes habían bajado a la tierra y coqueteaban con las ramas. Luego, el tiempo jugaba con el aire y se producía el milagro de los frutos. Había que esperar al siguiente año para que de nuevo se mostrase el enigma que guardaba el aire cada febrero.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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